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Después de agotarse las gomas de borrar y el típex en las papelerías, para tachar de los currículums másteres y otros títulos indebidos, vendrá la exhibición de otras herramientas para profundizar en los negocietes montados para satisfacer vanidades y demás brillos sobrevenidos. Seguro que saldrán más sorpresas

Hay cosas que no terminan de entenderse bien porque nadie acaba de contar lo que sabe o no se sabe todo lo que quisiéramos que nos contaran, pero se va intuyendo; con paciencia se van llenando los huecos del crucigrama.

El problema de la titulitis es viejo. Es una inflamación crónica del ego que sobreviene cuando alguien quiere aparentar lo que no es o hacerse pasar por algo pretendidamente superior a lo que definen las habilidades reales que puede deplegar en la práctica. Esa vieja dolencia se ha visto agravada en los últimos tiempos con una afección complementaria, la masteritis, cuyo agente causal va mutando, como el virus de la gripe cada invierno, y la raza de la última epidemia cursa con fiebre alta y muchas náuseas.

Síntomas similares se aprecian también en los niveles curriculares de diversos estudios con los que se intenta aparentar lo que no llegó a completarse, el supuesto dominio de la lengua inglesa o el despliegue de capacidades ligadas a las nuevas tecnologías. Sacar pecho con las nuevas tecnologías viste mucho y llena más. Igual no da de comer, pero da el pego. De no haber salido a la palestra esas puntas del iceberg que van dando escandalera, las titulitis y masteritis podrían haber ido a más, pero era cuestión de que hicieran crisis un día u otro. La tendencia ya era inflacionista. Muchos que no encuentran mejor acomodo buscan refugio en la política y este terreno se abona al lucimiento inflamado.

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