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Tabarnia, ese territorio entre Tarragona y Barcelona menos afín al independentismo que la Cataluña interior, era sólo una broma, un invento, un entretenimiento de las redes sociales que, sin embargo, ha venido bien para poner a los soberanistas ante su espejo y hacerles ver sus contradicciones. Si una parte puede decidir por el todo, ¿por qué no iban a poder separarse un día las comarcas no secesionistas de una futura república catalana? Pero lo más curioso es que la frontera entre lo real y lo imaginario sea tan endeble, a veces irreconocible. Pocos días antes de la fulgurante aparición en escena del experimento Tabarnia había leído una noticia inquietante y que también tiene un fondo de reivindicación territorial: Austria ofrece la nacionalidad a los italianos de habla alemana. La propuesta -según explicaba ABC- parte de los ultras que se han incorporado al nuevo Gobierno austríaco y va dirigida a los habitantes de las regiones del Tirol del Sur, un espacio que hasta el final de la I guerra mundial perteneció al Imperio Austro-Húngaro. Ya se sabe, los Estados son unos, las naciones son otras y no siempre coinciden, y las lenguas son un tercer elemento en juego, o en discordia. De extenderse este tipo de propuesta, la Unión Europea se convertiría en una extraña, confusa e imposible de gobernar amalgama de dobles nacionalidades, la antesala de futuras reivindicaciones. Es sabido que Hitler comenzó a expandir el III Reich, antes de declarar la guerra a Polonia, por los territorios de habla alemana en manos de otros países, como los Sudetes checos. Si todos los estados del viejo continente comenzaran ahora a pedir volver a las fronteras anteriores a la II guerra no es que el lío estuviera asegurado, es que nos encaminaríamos irremiseblemente hacia la III. Frente a la irresponsabilidad de los nacionalistas de regresar a un pasado -real o inventado- para fundar en él lo que consideran sus justas reclamaciones de soberanía, la Unión Europea representa el mejor invento para seguir viviendo en paz, libertad y prosperidad. Tabarnia es sólo una broma, pero la propuesta de los ultras austríacos va en serio, por surrealista que parezca sacar ahora a pasear los fantasmas de hace un siglo. Y la guerra un Ucrania es real, tanto como la que asoló la antigua Yugoslavia cuando se desgajaron Croacia primero y Bosnia después. O como los mil muertos que dejó el terrorismo etarra en España antes de empezar a asumir su derrota frente al Estado de derecho. Con el territorio inventado en mitad de Cataluña nos hemos reído un rato a costa de unos independentistas que no reconocerían ese derecho de decidir que tanto exigen a una parte de los catalanes. Pero la locura separatista, su desafío a la razón, no cesa, ni en España ni en el resto de Europa. Y no es ninguna broma.

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