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Soy de los que ha reconocido en más de una ocasión la habilidad política de Manolo Mata, el vicecretario general de los socialistas valencianos y, durante la legislatura que ya termina, astuto portavoz parlamentario de su partido. Mata lleva en este negocio el tiempo suficiente como para identificar a las primeras de cambio a cualquiera de sus adversarios políticos, radiografiarlo y ganarle por la mano. Es probable que Puig le sitúe en puestos de alta responsabilidad si el PSPV está, como parece, en disposición de formar gobierno tras las elecciones del 28 de abril. Dicho esto, me sorprendió esta semana el cariño que el diputado socialista prestó a Jorge Rodríguez después de que se levantara el secreto de sumario del caso Alquería, por el que el expresidente de la Diputación se encuentra investigado por prevaricación y malversación de fondos públicos. Dijo Mata tras conocerse el sumario que él mismo se prestaría a defender en los tribunales a su aún compañero de partido, de convencido como estaba de la inocencia del alcalde de Ontinyent. Un día después, cuando se enteró de que Rodríguez encabezará otra formación política el 26 de mayo para tratar de retener la alcaldía de Ontinyent, Mata cayó en la cuenta de que Rodríguez venía preparando su salto del PSPV desde antes de diciembre, aunque fue en ese mes cuando inscribió en el registro de partidos a su nueva formación política. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la verdadera carga de profundidad del proceso que afecta a Rodríguez es política, además de judicial. Porque lo que el sumario de Alquería revela es cómo desde la Diputación, Rodríguez y algunos de sus escasamente prudentes colaboradores se dedicaron a tejer un aparato propio, que no tenía entre sus principales objetivos el de facilitar el trabajo de Divalterra y limpiar la sombra de la corrupción de esa empresa, ni el de hacer llegar a todos los municipios de la provincia la labor que realiza la Diputación. Lo que se pretendía era preparar el asalto al liderazgo del PSPV, sumando apoyos territoriales, amasando el poder político necesario que le permitiera erigirse en el 'hereu' de la secretaría general del partido. Y eso, a estas alturas, ya no lo discute nadie en el socialismo valenciano. Por eso sorprende que la estrategia de Rodríguez encontrara hasta hace poco buenas palabras entre compañeros de su partido -alguno incluso con importantes responsabilidades orgánicas-, como si no se intuyera que la última estación de esa operación -que según algunos cálculos iba a costar unos dos millones de euros de dinero público- era tratar de alcanzar el liderazgo del socialismo valenciano. Una traición a Ximo Puig que muchos vieron venir desde el mismo momento en que Rodríguez apartó a José Manuel Orengo de su gabinete en la corporación provincial, y que otros, en cambio, no han detectado hasta el último momento.

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