SOPA DE LETRAS
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Los de mi generación aprendimos los primeros rudimentos sobre sexualidad gracias a las catastróficas películas clasificadas 'S'. Esa maldita 'S', sinuosa, voluptuosa, nos atraía hacia los cines porque olía a pecado fronterizo de contrabando cachondo. Pero recibimos el doctorado en la materia gracias al vídeo VHS y a las cintas X. Mucha sopa de letras en materia sexual cuando nuestro cerebro no era sino una caldera burbujeante.
Los padres de 'el gordo' regentaban un exitoso negocio que les obligaba a soportar largas jornadas laborales fuera de casa. 'El gordo', en la época de nuestros trece años, alcanzó el liderato en la pandilla porque fue el primero en poseer un reproductor de vídeo y en alquilar cintas guarras. No olvido aquella salita con mesa camilla central, la estantería donde se amontonaba la vajilla que empleaban cuando las grandes ocasiones, las mesitas con sus lámparas y sus fotos enmarcadas de familia feliz. Y en ese entorno tan doméstico y pacífico, diez chavales citados por 'el gordo', con las luces apagadas y las persianas bajadas, vimos nuestro primer porno duro. Sufrimos un impacto severo, esa mezcla de fascinación y repugnancia, y nos reímos fuerte yo creo que por los nervios. Nos acostumbramos a visitar el hogar del aquel amigo gordo (la última vez que coincidimos fue en un funeral, qué cosas) durante una temporada, hasta que superamos el sarampión. Cada dos días un menor comete una agresión sexual en nuestra Comunitat. Apuntan algunos que esto se debe a la avalancha pornográfica que los chavales contemplan en la Red. Puede ser, pero imagino que el shock de ese primer sexo duro que observan es el mismo que nosotros sufrimos. ¿Qué sucede, pues? No lo tengo muy claro, pero nosotros sabíamos distinguir entre realidad y ficción y ahora, quizá, esa diferencia se ha difuminado.
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