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NO ES SÓLO UN PAISAJE

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Belvedere ·

Pablo Salazar

Valencia

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Miércoles, 17 de enero 2018, 10:39

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Los defensores del mantenimiento de la huerta -entre los que me encuentro- parten, o partimos, de un error fundamental que condiciona e hipoteca nuestra postura. Pretendemos conservar el conjunto de explotaciones agrarias que rodean la ciudad de Valencia y evitan que se forme una conurbación con el resto de municipios del área metropolitana por su valor paisajístico y medioambiental, porque forma un 'colchón' verde que, una vez protegido, sirve para impedir el crecimiento desmesurado del suelo urbano y urbanizable. Pero por encima de cualquier otra consideración y aunque el motivo principal para conservar este espacio sean dichos valores -los ecológicos-, la huerta es sobre todo una actividad económica, y sólo saldrá adelante, sólo sobrevivirá (lo que queda de ella), si se garantiza su sostenibilidad en esos términos, es decir, en términos de productividad. La realidad es que gran parte de lo que se pretende conservar es hoy una amalgama de campos abandonados, infraestructuras y equipamientos de todo tipo, vertederos incontrolados, actividades ilegales (chatarrerías...), almacenes, alquerías semiderruidas... Para toda esa zona, la ley de protección llega tarde y su futuro no se va a resolver apostando por los huertos urbanos, una iniciativa que está bien para que los 'urbanitas' se conciencien de lo que es el campo y la agricultura de un modo más o menos lúdico pero que no pasa de ser anecdótica. Esa misma realidad nos enseña que apenas quedan agricultores, que la mayoría son muy mayores y que ya no se produce relevo generacional porque lo de trabajar en la huerta puede parecer muy romántico pero debe de ser muy duro. Tanto, que ninguno de los defensores de ese espacio -entre los que, insisto, me encuentro- ha sido visto nunca doblando el espinazo para plantar lechugas. Me temo, en fin, que con la huerta pasa como con las tiendas antiguas, que a todos, o a muchos, nos gustan, que quisiéramos conservar porque son los establecimientos que dan sabor y personalidad a los centros urbanos, porque son la primera línea de combate contra la tendencia imparable a uniformizar todas las ciudades con los mismos comercios, idénticos bares, réplicas de cafeterías, pero más allá del romanticismo, ¿cuántos van luego a comprar a esas tiendas, quién está de verdad dispuesto a sostener esos negocios con su decisión personal de acudir a ellos? Quisiéramos mantener y conservar estampas, paisajes, oficios, actividades y tradiciones que nos han acompañado a lo largo de nuestras vidas pero lamentablemente muchas de ellas están condenadas a la desaparición, aunque nos cuesta admitirlo. La huerta como espacio productivo -con determinadas condiciones- puede sobrevivir, pero como simple imagen bucólica e idílica no tiene futuro.

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