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Al final, Pedro Sánchez ha dicho basta, ha comprendido que ante la gente seria estaba haciendo el ridículo y parece ser que ha dado orden de parar y repensar la exposición permanente de sus fotografías en las redes sociales, corriendo por los jardines de La Moncloa, con gafas de sol en un avión o simplemente mostrando unas manos que, según su equipo de asesores, muestran la determinación de gobernar. No resulta fácil para los políticos distinguir la delgada línea que separa al hombre cercano que intenta hacer las cosas propias de un ciudadano corriente del patético espectáculo de quien se exhibe impúdicamente y se rebaja hasta límites insospechados. Los cargos públicos tienen un rango institucional, una seriedad, un protocolo, unos procedimientos tasados, y pretender suprimirlo para aparentar ser más simpático y más colega apenas sirve para avanzar en el desprestigio de las instituciones. Concejales, alcaldes, diputados autonómicos y nacionales, senadores, directores generales, subsecretarios, secretarios de Estado y hasta ministros pueden y en ocasiones deben comportarse como hombres de la calle, sin privilegios. En la medida en que lo permita su seguridad, es bueno que se dejen ver utilizando el transporte público, en la cola de un supermercado o de un cine, en las gradas de un estadio, no en el palco, recorriendo una exposición como público, no como VIP, divirtiéndose en un parque temático o comprando en un comercio o en unos grandes almacenes. Pero la apariencia de normalidad tiene un cauce por el que debe discurrir, el que establece el sentido común. Y el sentido común dice que el presidente del Gobierno de España no es un instagramer que se pasa el día colgando fotos, que la seriedad inherente a su cargo exige unas ciertas normas, una contención frente a usos y costumbres que se están imponiendo en la sociedad pero que no pueden ser asumidos así como así por un hombre de Estado. Ese mismo sentido común también nos indica que el alcalde de la tercera ciudad española, Valencia, no es un fucionario más que todas las mañanas, llueva o haga sol, baja a almorzar un bocadillo de tortilla de ajos tiernos con un tinto de verano y previamente cacaos, tramussos y olivas, para acabar con un carajillo de Terry pero no muy tocado que tengo muchos expedientes que revisar. Ser alcalde impone unas obligaciones e implica unas restricciones, no se trabaja de 8 a 3 ni se cogen los moscosos, ni se pasan las horas extra. El sentido común, por último, establece que la toma de posesión del delegado del Gobierno en una comunidad autónoma debería ser un acto casi íntimo y no una presentación fallera en la que sólo faltó la imposición del bunyol d'or amb fulles de llorer i brillants. ¡Ay, el sentido común!

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