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Seguimos igual o peor

EDUARDO BENLLOCH GARCÍA

Lunes, 27 de mayo 2019, 10:41

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Hace más de año y medio, vísperas del primero de octubre de 2017, recordaba en un artículo en estas mismas páginas (LP 20/8/17) la definición de Jared Diamond: «Si los enfrentamientos tienen un impacto significativo en las personas, es una guerra, con independencia de cómo se lleven a cabo» ('El mundo hasta ayer') y lo aplicaba a la situación de Cataluña, y por supuesto de España, en aquel momento. Desde entonces los enfrentamientos no han hecho si no aumentar en intensidad y violencia verbal y física, con lo que siguen dándose los impactos negativos para las personas, sobre todo catalanes no independentistas, para la sociedad catalana en su conjunto que ha visto aumentar menos su tasa de crecimiento y bienestar y para la sociedad española en su conjunto que se ve perjudicada por las repercusiones que el llamado 'procés' está acarreando sobre todo el Estado español.

Desde luego en esta no reconocida guerra nadie sale ganando, ni va a salir ganando, por lo que de antemano los dirigentes independentistas en su carrera hacia no se sabe dónde ya han incumplido una de las reglas de oro de una confrontación «el arte supremo de la guerra consiste en someter al enemigo sin violencia» (Sun Tzu), aunque la violencia sea no armada e insistan en su negación y esperando someter al adversario valiéndose de su debilidad aparente por la división de sus fuerzas que sólo se mostraron débilmente unidas en un momento - la puesta en vigor del artículo 155 CE- y que posteriormente sólo han hecho que aumentar su dispersión las encarnizadas campañas electorales recientes.

Recompuestas las cámaras legislativas y con toda probabilidad el gobierno de la nación toca normalizar la situación y volver a enfrentarse, sin más demora, a la tan larga e inestable época que padecemos. Aquí deberíamos recordar la frase de W. Churchill: «Reunirse cara a cara es mejor que la guerra» y en una doble vertiente. Por un lado reunirse «cara a cara» las fuerzas constitucionalistas que forman la mayoría de las cámaras legislativas y hacer otro tanto con los independentistas para poner fin a la intolerable situación creada por los hechos acaecidos en septiembre-octubre de 2017 conocedores todos de que «nunca ha habido una guerra larga de la que se haya beneficiado ningún país» (Sun Tzu).

Esa reunión de las fuerzas constitucionalistas es del todo imprescindible antes de llegar a un «cara a cara» con los independentistas porque la solución al problema no puede ser de partido, ni logro exclusivo de un partido, si quiere tener visos de continuidad y permanencia. Lo que constituye un escollo es que los mismos actores principales que han estado en la pelea electoral -insultos incluidos- tienen que cambiar el registro y ponerse en modo acuerdo para llegar a un mínimo consenso que permita la creación de ese bloque mayoritario necesario. Con mayorías minoritarias apoyadas en fuerzas heterogéneas e intereses constitucionalmente aún más heterogéneos es difícil llegar a acuerdos con los que sentarse para una negociación seria. Una vez conseguido el mínimo de consenso necesario y plasmado en un documento base sería entonces, y sólo entonces, el momento de hacer saber a los independentistas que siguiendo la recomendación de sir Winston había llegado el momento del «cara a cara» para resolver el conflicto. Naturalmente no creo que Churchill hubiera recomendado iniciar los contactos si ya hubiera un estado en guerra, y sin haber un cese efectivo de las hostilidades o sin una previa, clara y rotunda tregua del conflicto. Para entendernos, los independentistas deberían cuanto menos cejar en su permanente acoso a los catalanes no independentistas, acabar con la ocupación del espacio público por sus partidarios y por los poderes públicos de la autonomía catalana, garantizar la neutralidad de los medios de comunicación, acabar con sus campañas internacionales, modificar las políticas educativas vigentes en esa Comunidad, dejar a un lado su permanente victimismo y renunciando algunos a su autodenominación de «presos políticos» reconocer lo que realmente son, simplemente «políticos presos» por haber violentado la ley.

Naturalmente es mucho pedir en personas y organizaciones que han ido mucho más allá de lo que se podía imaginar en un camino peligroso involucrando en ello, con falacias y promesas completamente irreales, a muchísima gente que ahora va a ser muy difícil acomodarla a una nueva realidad, mejor dicho, a la auténtica realidad en la que han vivido. A pesar de ello si no se toma ese camino qué sentido tiene «reunirse cara a cara», para decirse qué, con qué objetivo. ¿Tal vez para seguir intentando deteriorar las relaciones con falsas ofertas y promesas incumplibles?

Si los límites están en la Constitución, dónde están ahora situados los dirigentes independentistas, que no la han acatado lealmente, si no con subterfugios de palabras, con coletillas como «desde el compromiso republicano, como preso político y por imperativo legal» de O. Junqueras. Los jueces nos lo dirán a todos. A ellos también.

Así que maniobras como la de poner a dos catalanes al frente de las cámaras legislativas, uno de ellos -ella- ya multada por su partido por votar tres veces con los separatistas en la época del PSOE de la gestora de Fernández y el otro federalista declarado aunque más beligerante con el independentismo, o incorporar al gobierno algún catalán más, como si sólo desde un perspectiva de un catalán se pudiera comprender el problema, no hará variar mucho el meollo del asunto, a lo peor sólo lo dificulta. Se requiere consenso constitucionalista y firmeza en la negociación sin renunciar al diálogo y la concordia, pero con total trasparencia y publicidad, sin acuerdos ocultos, ni terceras vías, ni mediadores o filtraciones interesadas de papeles que nunca debieron recibirse. Es decir, simple y llanamente, con todas las fuerzas constitucionalistas, aunque sean oposición, presentes. Al gobierno no le vale un trágala por la permanencia.

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