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Urgente Un hombre cae de una tercera planta en Valencia huyendo de la Policía tras discutir con su pareja

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Sonaba fuerte el runrún que pronosticaba enojo máximo. Consideraban algunos que los ciudadanos no soportaríamos otras elecciones porque ya han abusado demasiado de nuestra paciencia con tanto desfilar hacia las urnas en tan escaso tiempo. El enfado colectivo tornaría el aire irrespirable. España no estaba preparada para tragarse otra cita electoral, apuntaban analistas que respeto y admiro. Sin embargo lo que uno observa es una calma chicha total o, por decirlo a lo bruto: a la gente se la suda. Si hay que ir, pues se va.

En cualquier caso, basta repasar el último siglo de nuestra historia para comprobar que lo de ahora es pura fruslería. Apechugamos con una guerra civil terrible, con cuarenta años de dictadura, con una Santa Transición que supuso un ejercicio de funambulismo al borde del precipicio, con unos asesinos etarras que cobraron un peaje de sangre y fuego insoportable, con el golpe del 23-F, con la devastadora crisis del 2008. España tiene una capacidad de aguante enorme y una paciencia casi de santo bíblico. Es verdad que nosotros somos más blandengues que nuestros padres y que somos tiernos hijitos de los lácteos y la sociedad del bienestar, pero regresar hacia la senda del voto no nos supone ningún problema, tan sólo aflora cierta pereza y por eso supongo que aumentará un poco la abstención. Cuando escucho los mensajes apocalípticos de algunos tertulianos o de algunos políticos que nos venden desastres y catástrofes con tono de gota fría, siento que vivimos en planetas diferentes, en realidades paralelas, en esferas donde no se intercambian las ideas. El personal se levanta, se ducha, desayuna en el bar, sube la persiana del negocio y pelea por los asuntos cotidianos. Los que viven encapsulados en su exquisito universo de batiburrillo teórico sospecho que no pisan mucha calle.

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