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SÁNCHEZ, POR LIBRE

A la vez que plantea la urgencia de la armonización fiscal en la UE, más si cabe tras el auge de las tecnológicas, adopta una postura independiente pese a los consiguientes riesgos

IGNACIO MARCO-GARDOQUI

Domingo, 20 de enero 2019, 13:39

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El presidente Sánchez ha estado esta semana en Estrasburgo, a donde se desplazó para impartir doctrina a los europarlamentarios. Entre las tonterías habituales, dijo una cosa muy interesante. ¿Tonterías? Ya sabe, esa de «hay que eliminar de la política europea a los nacionalismos excluyentes». Una frase redonda que debería habérsela dicho a su espejo, cuando se dirigía a solicitar el apoyo del Molt Honorable (así están las cosas...) Quim Torra a su proyecto de Presupuestos. O esa otra de considerar un escándalo que el Partido Popular se apoye en la formación de Ortega Lara para alcanzar la presidencia de Andalucía y que sea un alarde de finura política su apoyo en el partido de los que le mantuvieron secuestrado durante más de 500 días y le abandonaron a su suerte (muerte) al no revelar el escondrijo del secuestro. Hay que tener dura la cara...

Como digo, también habló de un tema interesante al afirmar que España está de acuerdo en eliminar el requisito de la unanimidad para avanzar en la armonización fiscal. La Unión Europea tiene tras de sí una larga serie de éxitos en el tortuoso camino de la integración y una, un poco más breve, de fracasos. Entre ellos, y de forma destacada, se encuentra el muy escaso avance registrado en la unificación de los asuntos fiscales. El tema surge ahora por la necesidad de gravar a las empresas tecnológicas que escapan con facilidad al control de las haciendas nacionales al haberse desmaterializado la mayor parte de sus operaciones.

Hay razones muy poderosas que explican el escaso avance logrado en materia fiscal. La situación de partida de cada país es muy diversa y las maneras de aplicar la presión fiscal a través de los distintos impuestos, muy diferente. Unos inciden en la imposición indirecta con mayor intensidad y otros lo hacen en la directa con mayor aplicación. Además, no todos los países utilizan las mismas figuras impositivas, sobre todo en la imposición directa. La indirecta afecta a los intercambios comerciales internos de la Unión y esa peculiaridad ha obligado a caminar con mayor decisión hacia la convergencia.

La costumbre, las tradiciones y la inercia explican el fracaso, pero tampoco se puede olvidar que los planteamientos fiscales tienen mucho que ver con la ideología política de los gobiernos de turno y hay tantos y con cambios tan frecuentes que no hay manera de ponerse de acuerdo. La materia fiscal es tan sensible que siempre se ha utilizado la regla de la unanimidad para avanzar. Lo cual equivale a decir que siempre se han abortado los intentos de avance. Si la idea era ya complicada cuando se trataba de una Unión Europea de seis países, resulta inviable cuando hablamos de 28 o de 27 si el Reino Unido abandona el hogar definitivamente, cosa que está aún por ver.

La aparición, tan abrupta como importante, de las empresas tecnológicas (una definición completamente inexacta pues hoy en día son tecnológicas hasta las panaderías) del tipo de Google o Amazon plantea un grave dilema. Por una parte, han ganado una cuota en el PIB considerable, que no para de crecer. Por otra, al ser actividades muy inmateriales es difícil para las haciendas el aprehenderlas y someterlas a gravamen. La UE intenta hacerlo de manera coordinada entre todos los países miembros. Pero algunos dirigentes, como es el caso de Sánchez, se han puesto nerviosos, tienen mucha prisa y quieren hacerlo ya, aunque eso impida la adopción de una postura común. En los Presupuestos para 2019 se han previsto casi 2.000 millones de ingresos procedentes de este nuevo impuesto y por eso no pueden demorar su implantación.

Creo que es obligado que la UE se dé prisa para ordenar el trato fiscal de estas actividades, pero creo que es peligroso la adopción de posturas individuales. En primer lugar porque pueden provocar la deslocalización de las partes materiales de su actividad, la mayor parte de ellas de gran valor añadido. Y, en segundo, porque dificultarán sin duda el camino hacia la armonización deseada. Si el pasado fiscal es imposible de arreglar y el futuro fiscal lo convertimos en imposible de planificar, nos podemos despedir definitivamente de ella.

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