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Rubalcaba

Arsénico por diversión ·

Se trata de un talante que se sitúa a años luz de lo que vemos hoy en día. En cualquier partido, no solo en el socialista

María José Pou

Valencia

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Viernes, 10 de mayo 2019, 07:21

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Hay personajes que parecen inmortales. Rubalcaba es uno de esos. Inteligente, calculador, estratega, maquiavélico, en una palabra, político. En el sentido más profundo del término. Siempre he creído que estaba en todas las jugadas brillantes del PSOE y hasta las más inconfesables dirigidas contra la derecha. Parecía ser quien movía los hilos en la sombra, acariciando un gato negro. Eso lo podía hacer odioso, sin duda, pero hubo un detalle en su trayectoria que me reconcilió con él. Fue su colaboración silenciosa para lograr una abdicación real sin conflictos, sin aprovechamiento político y sin cuestionamientos del sucesor. En definitiva, para favorecer la transición real que España necesitaba. Aquello fue una demostración de su sentido de Estado por encima de los intereses particulares, que es lo que, en definitiva, esperamos los ciudadanos de nuestros gobernantes sean del signo que sean.

Se trata de un talante que se sitúa a años luz de lo que vemos hoy en día. En cualquier partido, no solo en el socialista. Para ser malo, hay que saber ser un señor. Malvado, pero un señor. Rubalcaba responde a ese perfil: peligroso, maquinador de jugadas imposibles, pero con inteligencia y límites. Es la antítesis de las jugarretas que intentan cada día los Torra, Puigdemont, Ponsatí y sus acólitos. Ellos son como la versión low cost de Rasputín. En cambio, Rubalcaba es Rasputín. Siempre pensé que hacía cierta la célebre frase de Mae West «cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor». La mejor versión de él era sentado frente a un tablero de Risk real. Sin embargo, sus faroles, sus apuestas, sus movimientos de ajedrez y hasta sus cinismos tenían más nivel que el de los compañeros mártires de Waterloo.

Cuando vemos la bisoñez de ocultar urnas en ascensores, de imprimir papeletas en casa o de escribir «prisis pilitiquis» jugando a sortear la censura pienso en Rubalcaba y me parece la diferencia entre tercera regional y la Champions. Rubalcaba jugaba en la Champions. Mucho deberían aprender quienes están de pasantes en el departamento de 'Estrategias maquiavélicas'. La mediocridad de nuestra clase política llega incluso hasta ese punto, el de no saber jugar en la sombra. Ni el 'Niño de las Coletas' se le asemeja porque su ego le obliga a vender sus méritos en público. Disfrazó de transparencia lo que en el fondo era exhibicionismo y eso obliga a revelar los trucos, movimientos y planes. En el fondo, Pablo Iglesias es previsible. Rubalcaba, en cambio, prefería la discreción, la aparente inacción, con tal de lograr lo que se proponía. Eso merece un aplauso. Contenerse para llegar más alto no está al alcance ni de la vanidad de Pablo Iglesias ni del carácter ufano de los independentistas. Uno, porque necesita el aplauso por la hazaña. Los otros, porque saben que no pudiendo conseguir sus objetivos, al menos, pueden vender algo: su propio hundimiento.

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