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LA ROJA S. A.

MIQUEL NADAL

Lunes, 9 de octubre 2017, 08:04

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Para empezar, uno confesará que por variadas razones, sociales, culturales, políticas y futbolísticas, las peripecias de la Selección Española de Fútbol le han preocupado poco, y siempre en función de su impacto en el Valencia C.F. Tuve una leve implicación infantil cuando convocaron a Óscar Rubén Valdez, pero se me pasó pronto. No sucede lo mismo con el baloncesto. Desde Cubells en adelante, la composición de la selección nos ha sido algo ajeno, materia propia de los ciclos y círculos viciosos o virtuosos del Madrid y Barcelona, decidida en las redacciones de cierta prensa deportiva dictando listados y juicios sobre el seleccionador. Poco afecto y siempre con el rabillo del ojo atento a la presencia de un Silva, de un Mata o de un Gayá que salvara mis benditas contradicciones. En esto de las selecciones, he sido un poco esteta, un ferviente seguidor de la maglia azzurra, antes y después de Pirlo. Durante estos años, además, se ha consolidado en mí la percepción de que la Selección, con sus bolos y partidos para hacer caja, se ha convertido en una mera compañía profesional, arrevistada a veces, mercenaria siempre, a beneficio de los éxitos, con escaso fervor. La operación de conversión de la Selección en 'la Roja', un intento de maquillaje del producto. La presencia de este o aquel jugador me trae sin cuidado. Como transeúnte solo exijo un mínimo de coherencia. La selección, guste o no guste, tiene una naturaleza representativa. No es un equipo profesional. Acudir, gesto libre, no es fichar como profesional para montar encimeras, ser parte del servicio técnico de una marca de electrodomésticos, ni un espacio para la expresión libre de opiniones, o emitir un juicio sobre la dación en pago en las hipotecas. Es solo un partido de fútbol, dicen, como si se enfrentaran equipos con patrocinador en una liga de empresas, Academia Sanchis Mayans contra la Pizzeria El Lloc. La trampa simbólica, lo es para todo. Como si a uno lo nombraran magistrado del Tribunal Constitucional por su competencia y tuiteara sus votos particulares, o aplaudiera la desafección con la institución. Hay veces que no es posible ser una cosa y la contraria. Ese equipo vestido de rojo no es más que una representación, la expresión simbólica de las fuerzas de ocupación futbolística, y conviene recordar aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Me da exactamente igual lo de Albania. Si algo me preocupa es la clasificación del Valencia, y la manera en que se pueda resolver el otro partido, el verdadero, el del conflicto político. Pero no creo que un Iniesta, que debe ser más español que las piedras, acabara el día con contrato en vigor si se le ocurriera emitir una opinión por las redes sociales con una crítica alternativa. Es lo que tiene la melaza pegajosa de la representación. La selección también es algo más que un club.

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