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Un reto político: vivir en comunidad o como sociedad

SALVADOR PEIRÓ I GREGÒRI CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD

Domingo, 1 de octubre 2017, 09:41

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Cultura es lo bueno acumulado por las diversas generaciones. Esto se observa en los bienes culturales. Las sociedades se componen de individuos viviendo en espacios y tiempos determinados, toman los bienes de la cultura, los actualizan, los transforman y/o innovan, esto gracias a la creatividad personal. Lo cual da como consecuencia la cadena de civilizaciones. Un medio para transmitir los contenidos de padres a hijos es el conjunto de palabras que designan unas realidades y se comparten por un grupo de personas. Así, la integración de cultura con grupo de sujetos es la comunidad, que plasma lo dicho en forma de prácticas sociales que enseñan el deber-ser (valores) en sus miembros. En consecuencia, en cada comunidad uno es más civilizado en cuanto más conoce y vive los lenguajes, usos, tradiciones, historial del pasado de tal sociedad, así entiende gestos y actitudes de los demás. Al tener este bagaje, se entiende que una persona posee sentido común. Por esta razón, cada persona es a la vez hijo y padre de los demás, con relación a la cultura a la que pertenece. Por esto, cuanto más culto se es, más viabilidad de ejercitar la libertad.

Las culturas se forman por aglutinación y adición, pero no poseen el rigor de un sistema. Por ejemplo, usando lo lingüístico, importa más las palabras (semántica) que la estructura (sintaxis). Por estar en una sociedad abierta, tenemos que la cultura se transforma constantemente, no obstante ha de mantener un mínimo de valores y lenguaje común, sin el cual la humanidad languidecería. Pero, por la misma dinámica cultural, si efectuáramos una deducción de rasgos personales de un sujeto, en función de su adherencia cultural sería operar como racistas. Tampoco hay gente sin raíz, pues la cultura es viva al igual que el individuo; por tanto, uno no se puede cortar las raíces, porque la cultura muerta no cambia. Es decir: se ha de vivir en grupos o comunidades concretos.

La socialización no es sólo un proceso imitativo, interactivo, por el cual un individuo adquiere o perfecciona su comportamiento con relación al desenvolvimiento habitual, según su adecuación a grupos de referencia. Tales grupos no son uniformes, conglomerados..., hay pluralidad de personas que promueve variedad de grupos, cuya interacción puede dar crisis de convivencia. Los conflictos entre grupos ocasionan que se jerarquicen los grupos de elementos culturales (por ejemplo: lenguaje -¿valencià o català?, política -¿unidad o independencia?...), puesto que los trasladan a la sociedad. Esto se nota más cuando como actualmente las identidades colectivas están en transformación, ante lo cual, los sujetos mantienen actitudes defensivas, reivindicando una identidad 'originaria'.

Las soluciones han de tender a la búsqueda del bien común, de todos y cada uno de los que encarnan la realidad. No atender al esto conlleva cierto deslizamiento hacia una ausencia de moralidad (o cae en una inmoralidad), porque impera el pragmatismo puro y duro (interés del más fuerte o de una minoría ruidosa y coactiva). Así, que una mayoría de padres no deseen que haya inmigrados en un aula, no es bien común, aunque si es un interés general). Tampoco, para el mundo educativo basta con definir lo valioso sólo como mero rendimiento, puesto que esto sólo busca un beneficio individualista que sale del ego.

Se atenta contra el sentido civilizatorio cuando, manipulando la idea de cultura-comunidad, se actúa con sectarismo. Por ejemplo, en las escuelas -de una en una o considerando la política educativa- sucedería cuando el docente excluye valores que el PEC contiene, con la pretensión de imbuir el propio orden a los demás, enseñar con reduccionismo (dar parte del contenido, en vez del todo de la cultura, incluida la religiosidad); efectuar o promover la intolerancia (xenofobia, racismo, discriminación), o imbuir creencias o doctrinas políticas en asignaturas que no versan sobre temas de fe. Esto suele suceder cuando hay monopolio cultural y se practica abusivamente (pensemos en Hitler, quien tomo los estados de habla alemana como una comunidad total).

Para evitar acosos, hay que distinguir de modo más concreto la comunidad de la sociedad. Si los individuos, pueblos o naciones se relacionan bajo leyes comunes que regulan los procesos de adaptación, comportamiento, participación, autoridad, burocracia y demás, estamos practicando la sociedad. Por ejemplo: club de futbol, asociación de madres y padres, comunidad autónoma, estado... Se trata de conciliar los grupos con fines, valores, intereses... diferentes, para regular con leyes, decretos, etc. Los conflictos. La comunidad conlleva la vida en común, en general de los sujetos que se conocen, comparten hábitos, virtudes, intereses, aunque con pareceres distintos (por ejemplo: en un barrio o pueblo, al funeral van de todas las tendencias).

El problema es cuando unos pocos (el soviet o el movimiento nacional, o... piense como se llamaría esto ahora) determinan que una sociedad viva como comunidad, dictando los elementos culturales de todos. Así se saltan a la torera la neutralidad afectiva y el bien común.

Hay que juzgar la realidad, y para esto me atrevo a copiar una frase de un pensador alemán (Spaemann) con relación al abuso de la cultura y los valores: Al hablar del peligro del discurso sobre la comunidad de valores quisiera dirigir la mirada hacia la tendencia a sustituir paulatinamente y cada vez más el discurso sobre los derechos fundamentales por el discurso sobre los valores fundamentales. No me parece inocuo de ninguna manera. (...) Sin ninguna duda el Tercer Reich ha sido una comunidad de valores. Se denominó «comunidad popular». Los valores que en aquel entonces se consideraron supremos -nación, raza y salud- se colocaron, por supuesto, por encima del derecho y del Estado, y, al igual que en los estados marxistas, el Estado no era más que una agencia de valores supremos.

Por otra parte, tampoco hay que caer en el reglamentarismo aséptico, pues hay quienes no dejan vivir a los demás, quienes atormentan a otros con un sinfín de reglas y mandatos que ahogan los ánimos y las ganas de vivir. Apliquemos la máxima de Tácito: «Pessima respublica plurimae leges»: Cuantas más leyes dé el Estado, peor gobernará).

Concluyendo: Yo no puedo decidir unilateralmente (mi deseo, lo subjetivo, lo de un partido...), sino intentar hacer lo positivo (bien común de la realidad buena). Yo no podría poner(me) las normas de convivencia, si no es para bien de todos y cada uno.

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