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Repúblicas sin pompa

Arsénico por diversión ·

Los norteamericanos han admitido a un presidente absolutista y se dejan fascinar por los brillos del protocolo británico

María José Pou

Valencia

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Miércoles, 5 de junio 2019, 07:38

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Hay países monárquicos que quieren ser repúblicas y repúblicas consolidadas que adoran secretamente a las monarquías. Una de ellas es Estados Unidos. Los norteamericanos se sienten muy orgullosos de su forma de vida y de sus modos políticos pero han admitido a un presidente absolutista y se dejan fascinar por los brillos del protocolo británico, ahora que su 'rey sol' anda por el Palacio de Buckingham.

Se puede ser presidente de una república y usar modos de rancia casa real. Sin ir más lejos, la patrimonialización familiar que hace Donald Trump de la Casa Blanca es un ejemplo de ello. Es lo que hacían las monarquías antiguas con gran riesgo para el reino. Considerar el estado como patrimonio del rey implicaba su división cuando éste tenía varios hijos. Así se construyeron y destruyeron imperios en nuestro entorno. Donald Trump, desde que llegó a la Casa Blanca, está repartiendo poder entre los suyos y la única válvula de seguridad es la imposibilidad física de que sucedan inmediatamente al padre al final de su reinado. Si por él fuera, designaría sucesora a su princesa heredera. No sería la primera vez. Las grandes familias políticas estadounidenses, como los Kennedy o los Bush no han dejado de ser sino las 'gens' aristocráticas romanas, constituyendo las elites políticas y sociales estadounidenses. La pertenencia a alguna de ellas asegura el acceso al poder por mucho que presuman de que cualquier norteamericano puede llegar a presidente. «Si alguien lo financia», falta decir para terminar la frase.

Ahora bien, en las «monarquías republicanas» no existe la historia milenaria, la costumbre, la memoria en pergamino, los antepasados ancestrales y, sobre todo, el ceremonial propio de las monarquías europeas más antiguas. Eso es lo que molesta y al mismo tiempo apasiona. No hay más que ver la forma de explicar, en los medios norteamericanos, el banquete que la reina Isabel II ofrece a los visitantes y la importancia concedida a la mayor o menor habilidad de los presidentes en el trato con la reina. Encuentran anticuado el protocolo pero al mismo tiempo deslumbrante. Que a la reina no se le da dos besos, que no se le coge por la cintura, que no se le dirige la palabra con las gafas de sol puestas, que no se habla mientras suena el 'God save the Queen' o que no se usa el «tú» con ella. A eso hay que añadir el asombro al explicar las medidas de cada plaza en la mesa del banquete, el número de copas (seis), lo que tardan en montar la mesa y el significado oculto de los doce gaiteros escoceses que entran en la sala. Cuentan que fue una costumbre de la reina Victoria para indicar que el banquete había terminado mucho antes de que las discotecas empezaran a encender las luces. Por eso, por lo medido que está todo en una visita como ésa, yo me quedo con el guiño de Melania a Lady Di. Algunos la vieron vestida de Audrey. Yo la vi de Diana de Gales. Y me encantó.

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