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Regreso y progreso

Marcador dardo ·

MIQUEL NADAL

Viernes, 22 de noviembre 2019, 07:46

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Todos tenemos identificada la imagen de la diosa helénica Temis, o de la romana Iustitia, sosteniendo su balanza, a la que se añadieron los ojos vendados de la diosa romana Fortuna, la de la suerte, los de la griega Tique, o la espada de la venganza de Némesis. Si alguna institución convocara un concurso de ideas para la representación simbólica de esa especie de ejercicio menor de la política en que consiste la política de partidos, yo la idealizaría con un señor ya maduro, de insulso traje y corbata, lector impasible de papeles escritos por otros, que en una mano tendría como atributo una doble vara de medir y en la otra una viga y una brizna de paja, para utilizar a conveniencia en los ojos propios y ajenos. En la versión digital el señor de la escultura podría exhibir un folio con un dato estadístico en un gráfico de barras apiladas. La base de la escultura contaría con la traducción en latín del «Y tú más». Pocos espacios en la realidad son tan esquivos a la compasión y la grandeza. Los delitos prescriben, los alimentos caducan, los pecados se confiesan, expían y perdonan, y sin embargo la política de partidos parece un espacio exento que cubre siempre con un manto de inmunidad la mentira propia que al mismo tiempo se reprocha al contrario. El pasado es arsenal inacabable contra el enemigo, y al mismo tiempo reino del olvido si afecta a los errores propios. Todo ello elevado a la máxima potencia si uno es capaz de utilizar la palabra mágica, el salvoconducto que todo lo perdona: progreso y progresismo. La ilusión del progreso se ha convertido en la zona de confort que ilumina la cultura, bondad, falta de egoísmo y buenos sentimientos de quien la proclama. Es la llave maestra, «la clau que obri tots els panys», los 22 grados de temperatura que aseguran a quien los disfruta que no existe ni frío ni calor. Pero la realidad es tozuda, y en la vida y en la política nunca hay paz, siempre hay frío y calor, errores y contradicciones, actitudes que se podrían mejorar con más humildad. Solo los tontos y los tiranos pueden vivir sin contradicciones. Por eso me acuerdo de la violenta iluminación de la frase que Pascal Bruckner desliza de pasada, como no queriendo la cosa en su último libro. Con la sencillez que a veces tienen las grandes verdades: «Para progresar, es necesario saber regresar». Será mi trasfondo eclesial, pero cada vez reparo más en que nunca es tarde para pedir perdón y asumir los errores, para la nostalgia de los sentimientos que no dijimos y alguna vez albergamos, para reivindicar la educación, el tratamiento equilibrado de los problemas, el valor de la palabra dada, las paellas con los amigos, el disfrute de los libros, el pan, el queso y el vino que se comparten. Para todas esas cosas aquí tienen un regresista.

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