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RECUPERADO PARA LA CAUSA

El Mundial me ha permitido volver a ver el fútbol con otros ojos, con otro espíritu. En unas horas desaparecerá el encanto

Pablo Salazar

Valencia

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Domingo, 15 de julio 2018, 10:11

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Recordaba hace unos días con mis amigos del colegio -Jose, Chimo y Arturo- aquellos tiempos en que todas las tardes de julio, en la sobremesa, veíamos el Tour. No nos perdíamos una etapa, mucho menos si era de montaña. Y ahora -nos preguntábamos- ¿por qué no? ¿Por el doping? No. O tal vez sí, pero no sólo por eso. Llegamos a la conclusión de que simplemente son fases de la vida. Entonces, en los ochenta, en el mes de julio en Valencia después de comer podías o bien ponerte ya a estudiar los exámenes de la Facultad o sentarte ante la tele para ver «la serpiente multicolor», con lo cual no había mucha duda. Ahora es distinto. Ahora, lo verdaderamente difícil es encontrar tiempo para el tiempo libre, para hacer lo que a uno le apetece sin mirar el reloj. No obstante, está claro que con el paso de los años también pueden ir cambiando las aficiones de cada cual.

Yo llevo ya un tiempo en que me declaro en crisis con el fútbol, que de niño y de menos niño fue mi pasión. Pero entre el duopolio Madrid-Barça, Cristiano y Messi, su fraude a la Hacienda pública española, los tatuajes de los futbolistas, el chiringuito de jugones, la televisión de pago, Tebas y los horarios, los Lim, Soler, Soriano, Zorío y Llorentes de turno, Lama y Carreño, el partido a partido de Simeone, el lacito amarillo de Guardiola, Florentino y Lopetegui y demás zarandajas habían conseguido llevarme al hastío, por lo que ni la buena temporada del Valencia sirvió para reintegrarme en la gran masa de seguidores de la que tantos años formé parte.

En esa situación de agnosticismo balompédico me encontraba cuando empezó un Mundial en el que no tenía depositada ninguna esperanza. Y mira tú por dónde, se obró el milagro. Los estadios llenos, la buena organización, los equipos abrazados cantando sus himnos, los españoles con nuestra excepción de no tener letra, que un poco nos incomoda y un mucho nos avergüenza, los miles de aficionados de cada selección, la gente con sus camisetas, los que van disfrazados de vikingos, o de toreros, o de osos, o de Heidi, las caras pintadas, la alegría de las victorias, la sorpresa cuando ven que salen en los videomarcadores, la celebración de los goles, la incertidumbre del VAR, la lotería de los penaltis... Un espectáculo mágico, único, global, con cientos o miles de millones de personas enganchadas por todo el mundo, a la misma hora, viendo exactamente lo mismo, y sin incidentes reseñables. Una forma de vivir y de sentir tu identidad a partir de un simple juego, ¿no es maravilloso?

El Mundial, el Francia-Argentina, el Uruguay-Portugal, el Alemania-Suecia, el Croacia-Inglaterra y algunos otros que he podido ver me han recuperado para la causa. Y se lo agradezco porque sé que no durará mucho. En cuanto hoy termine y volvamos con Mendes y con Neymar o Mbappé, o los dos, Bruselas y la multa, Ramos y Piqué, Luis Enrique y sus ruedas de prensa... ¡Ufff!

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