Borrar

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Durante los peores años de la crisis económica, cada recorte que tenía que aplicar un gobierno autonómico en manos del PP era recibido con el previsible escándalo político-mediático. ¡La derecha quiere desmontar el Estado del bienestar, acabar con nuestros derechos, condenarnos a la pobreza y a la desigualdad, meternos en las fauces del capitalismo más salvaje e inhumano! Supuestamente, la reducción del gasto poco menos que iba a disparar el número de muertes, ya que los hospitales públicos no podrían atender a los enfermos, los tratamientos se resentirían y cualquier terapia preventiva se vería afectada por la falta de fondos. Los mayores y los niños serían los colectivos más vulnerables en esta regresión a los tiempos más oscuros de las ciudades industriales del XIX, a los suburbios sucios y malolientes, a las pandillas dickensianas de niños hambrientos con la cara manchada de mugre mendigando por las calles. Colegios y universidades -públicos, por supuesto- también padecerían el cierre del grifo del dinero, con lo que los niveles de calidad educativa caerían en picado y las nuevas generaciones saldrían mal preparadas y no podrían competir de tú a tú con los hijos de las clases privilegiadas que acuden a los centros privados y a los concertados. La Administración «al servicio del ciudadano» vería perder poco a poco dependencias y organismos que no están ni mucho menos hinchados artificialmente de funcionarios y cargos políticos para atender las necesidades de los partidos, qué va, sino que en el imaginario progresista resultan imprescindibles para una sociedad moderna propia del siglo XXI. Todo este apocalipsis nos anunciaban a cada tijeretazo en los presupuestos de la Generalitat Valenciana y posteriormente, con Rajoy en el poder, en los del Estado. El fin del mundo se acercaba, tanto que en 2015 la hoy vicepresidenta del Consell montó su campaña electoral a partir de la promesa de que venía «a rescatar personas» aunque luego, con los años, ya hemos podido comprobar que la operación de salvamento se dirigía especialmente a buscar un buen acomodo en algunos de sus múltiples tentáculos a los dirigentes de su coalición que al no resultar elegidos en las urnas se quedan con una mano delante y otra detrás, como bien nos acaba de demostrar colocando en el Ayuntamiento de su amigo Ribó al exdiputado Josep Bort. Lo cierto es que la hecatombe social que pronosticaban no llegó a producirse pese a tanto recorte. Ahora, cuando la economía lleva tiempo lanzando señales preocupantes de desaceleración y ante el previsible bajón de los ingresos se anuncia un tijeretazo de 440 millones cabe preguntarse si aquellos agoreros volverán a la carga o callarán al ser un Gobierno «progresista» el que reduce el gasto público.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios