Borrar

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La mezcla entre la pedantuela arrogancia juvenil junto con las lecturas firmadas por los críticos de renombre o los santurrones de la intelectualidad me impidió disfrutar sin pretensiones de esas películas. Eran malas, desde luego, pero teniendo en cuenta que la primera toma era la buena, que el sonido no era directo, que los diálogos, salvo algún chispazo, resultaban chapuceros, y que el tono general rara vez superaba la frontera de lo cutre, existía un gran mérito y, sobre todo, una formidable conexión con el público que las convertía en taquillazos. Aquellos tiempos dorados con la tríada compuesta por Mariano Ozores, Pajares y Esteso merece nuestra admiración y cariño porque eran héroes populares en una época confusa. Ahora que elucubramos teorías alambicadas a costa de dragones escupiendo fuego y espadazos medievales, el cuerpo me pide vindicar aquellos largometrajes que reflejaban una importante parte del sentir de aquella sociedad. En la palocueva, la otra noche, con una amiga compartiendo sofá, zapeando de un lado a otro, me detuve unos minutos frente a 'Queremos un hijo tuyo'. Mi amiga quedó hipnotizada, ignoró si para bien o para mal. «Fíjate, fíjate, la mayor parte de España era así». Esteso yacía con una señorita que no tardaba en quedarse desnuda bajo la lona de una tienda de campaña y la escena, captando personajes que se incorporaban, intentaba recuperar el espíritu del camarote de los Marx. «Mira, mira la rebeca blanca que luce Esteso», le comenté a la amiga. «Sí, es verdad, me suena que la gente llevaba esas rebecas...». Podemos ponernos muy finos, pero en esos detalles, en esa rebeca espantosa, residía el enganche que atrapaba al público. Somos capaces de homenajear las series Z de Ed Wood o de otros forasteros pero irrespetamos nuestros entrañables subproductos. No es justo.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios