Borrar

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Muchos lectores y yo mismo recordamos una inocentada gloriosa de este periódico. En la portada, la silueta del Miguelete y un sobreelevado moderno dibujado con esmero. ¡Le iban a enchufar un postizo al sacrosanto Miguelete! Aquello causó sensación. Los teléfonos ardieron. Como ahora vivimos tiempos de posverdad, o sea de trolas y otras bellaquerías, las inocentadas en la prensa han menguado hasta extinguirse.

En efecto, ¿en esta época, cómo distinguir el bulo de la realidad? Ardua tarea, pardiez. Un colaborador de la radio llamado Sergio nos brindó una inocentada el pasado 28 que consiguió abrir brecha, conmoción, nerviosismo a flor de piel. Se lo montó bien, el tío, navegando entre la realidad y el disparate. Comentó su rotundo enfado ante el cambio de nombre de algunas calles. Luego, sibilino, añadió lo de «tengo un amigo en Compromís que me ha contado...». En este país, lo de tener un amigo incrustado en alguna parte equivale a marchamo de calidad. Cuando conquistó nuestra atención disparó lo que le había chivado ese presunto amigacho: «La plaza de la Reina se llamará desde mañana plaza de la República; y la plaza de España plaza del Estado». El resto de los contertulios estalló y el guasap desde donde los oyentes interactúan se colpasó. El lío adquirió tal proporción que me vi obligado a levantar la liebre para confesar que sólo se trataba de una inocentada. Sí, no era sino una inocentada, pero... ¿Por qué funcionó con tal brío? Pues porque desde el lado de Compromís la mayoría del personal se espera cualquier desacato de perfil dadaísta. Si repasamos, ¿acaso lo de las reinas magas no suena a inocentada? Desde luego que sí, sin embargo es una realidad que se ha instalado en nuestro devenir navideño. Lo descacharrante se ha adueñado de nuestra existencia y ni las patrañas nos extrañan.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios