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Esas caras largas, esas poses de enfado, esas declaraciones altisonantes, total ¿para qué?, ¿para acabar pactando, repartiéndose las áreas de gobierno, nombrando más asesores que en la corporación anterior, distribuyendo el espacio de los grupos municipales y subiéndose los sueldos de alcalde y concejales como el de los funcionarios públicos? ¿Y para llegar a ese final, tantos días de negociaciones, de cruce de acusaciones, de bloqueo al borde de la ruptura traumática? Porque lo único seguro en toda esta historia de Ribó y Sandra Gómez es que los socialistas están atrapados y con muy escaso margen de maniobra por culpa de un resultado electoral que no fue el que esperaban. Si pactan, sea con vicealcaldía o sin ella, pasarán cuatro años más a la sombra de los nacionalistas, teniendo que hacer seguidismo de sus medidas más polémicas, sin poder presentar un perfil propio más allá de alguna esporádica rabieta. Más o menos, lo que le ocurre a Mónica Oltra con Puig, aunque en este caso corregido y aumentado por la presencia de Unidas Podemos en el tripartito autonómico. Y si no pactan, si el PSPV decide pasar a la oposición y dejar que Compromís gobierne la ciudad en solitario con sus diez concejales, los riesgos son aún mayores: el primero, no ser capaces de articular una postura sólida, creíble y diferenciada en medio de los tres grupos de centro-derecha (PP, Ciudadanos y Vox); el segundo, la incoherencia entre lo que se defienda a partir de ahora con lo que se hizo en la etapa anterior; y el tercero, que la formación de Ribó (y de su sucesor o sucesora para los comicios de 2023) capitalice todo el voto de izquierdas y deje a los del puño y la rosa como cuarta fuerza política. Podría recurrirse, en definitiva, al manido «ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio». Porque los males del PSPV en la ciudad de Valencia es que siendo el partido que en las primeras elecciones democráticas, allá por 1979, consiguió la Alcaldía y la mantuvo por espacio de doce años, desde 1991 ha vivido primero veinticuatro años en la oposición a Rita Barberá, con hasta cinco carteles electorales diferentes, y cuando podía haber llegado su hora por el desgaste del PP debido a los casos de corrupción va y es Compromís quien se queda la plaza con un Ribó ya en edad de jubilación que ni en el mejor de sus sueños aspiraba a ser alcalde de día (de tarde ya sabemos que no, mucho menos de noche y de fin de semana sólo si es la fiesta del orgullo gay). Ese y no otro es el auténtico quebradero de cabeza de los socialistas, no ser vistos por los ciudadanos del cap i casal como alternativa de gobierno y tenerse que conformar con las migajas. Aunque esas migajas, o ese chocolate del loro, acabe alimentando a muchos loros, motivo más que suficiente para al final acabar tragando.

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