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El progresista

Arsénico por diversión ·

¿Cómo reprochar al dirigente de un colectivo que consiga el poder y prometa activar la agencia de colocación que suele acompañarlo?

María José Pou

Valencia

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Viernes, 22 de noviembre 2019, 07:47

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No creo que sorprenda a nadie si digo que los políticos mienten. Es cierto que no todos ni en todas circunstancias pero sí muchos y muy a menudo. Para esos y sus asesores, el problema está en definir qué es mentira. Aparentemente es fácil: mentira es la no verdad, pero ya sabemos que los matices son abundantes en este campo y que hay una variada escala de grises entre el blanco y el negro. Ahora bien, la trayectoria de Pedro Sánchez a ese respecto resulta, cuanto menos, apasionante. La justificación de su entorno es aún más suculenta, sobre todo, cuando la vicepresidenta justifica la existencia de dos en uno y un vivir sin vivir en él que le hace decir una cosa y la contraria. Expectante estoy ante la posibilidad que haya otro Sánchez en funciones diferente al que no dormía con la sola imagen de Iglesias en la Moncloa y otro más que no duerma si ERC no le cuenta un cuento cada noche.

Por eso, ante un Sánchez carente de principios, de finales y, sobre todo, de escrúpulos, resulta asombroso que haya algo relacionado con sus opciones políticas que siga sostenido en el tiempo y sea inmutable. Es «lo progresista». Lo único que no cambia en su discurso camaleónico es esa coletilla, «progresista». La sal de sus intervenciones. El contenido del término puede ser verde, rojo y color calabaza con ribete añil pero el apelativo se mantiene siempre en su verbo mutable. Así, cuando defiende el pacto o su contrario lo hace en nombre de un país progresista y buscando un gobierno progresista. Es el abracadabra de todos sus mensajes. Quién vaya a formar ese gobierno no es tan importante como que lo haya. Y que sea el suyo. Lo reconocía así Adriana Lastra defendiendo que «España necesita un gobierno progresista» y habría que aclararle que lo primero y lo que más necesita España es un gobierno. Luego, que sea de un signo u otro, pero sobre todo que haya gobierno y más con la recesión que se avecina.

Para ello, los partidos implicados en el 'pacto del achuchón', han decidido preguntar a sus bases. En el fondo, es un intento por sortear a los sectores críticos y afianzar su poder dentro del partido. ¿Cómo reprochar al dirigente de un colectivo que consiga el poder y prometa activar la agencia de colocación que suele acompañarlo? La prueba de que el objetivo es atornillarse en el control interno de los partidos es que las consultas se hacen dentro y no fuera. En un entorno de descrédito de la representatividad democrática, llama la atención que florezcan las consultas a los militantes y escaseen las de votantes y simpatizantes. El refrendo que se busca no es el de los ciudadanos para atender a sus intereses sino el de quienes tienen en su mano la capacidad de sostener o hacer caer a los líderes. En el fondo, los lobbies están entre nosotros y son las 'familias' de los partidos, aunque algunos dirigentes, como Sánchez, pongan en jaque a su propio partido por mantener el poder.

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