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LA PRIMERA AYUDA, MENOS IMPUESTOS

VICENTE LLADRÓ

Lunes, 22 de enero 2018, 10:26

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Era fiesta en un pueblo de la comarca de La Serranía. Paseábamos por algunas de sus calles pintorescas, plagadas de casas que son buena muestra de la recia arquitectura rural, sólida y acoplada a las circunstancias locales, y nos llamaron la atención varios carteles anunciando 'Se vende', 'Se alquila' o ambas cosas. Sobre todo, 'Se vende'. En visitas anteriores apenas vimos algún anuncio así, o incluso no vimos ninguno. ¿No los vimos o qué ha cambiado?

Para salir de dudas preguntamos a un amigo que nos acompañaba, que es hijo del pueblo y vive allí desde siempre, por lo que conoce muy bien a todo el mundo y sabe de sobra qué se mueve o no.

«Es cierto -nos confirmó el amigo-, hay muchas casas en venta, más que nunca, antes apenas se vendía alguna y era casi siempre porque estaba ruinosa y necesitaba arreglos importantes, o por cuestiones de espacio para la familia propietaria, que necesitaba cambiar a otra más grande o más chica; pero ahora no es sólo eso, es por la crisis; muchas personas que viven en Valencia o en otros sitios no puedan soportar los gastos de dos casas, y deciden desprenderse de la del pueblo. Antes, si salía alguna, se vendía enseguida, sin cartel, pero ahora cuesta, no es fácil encontrar comprador».

¿Crisis, gastos...? ¿Qué ha cambiado en pocos años para que se dé este giro?, le preguntamos.

«Sobre todo es por los impuestos -nos aclara-, la contribución urbana, lo que ahora se llama el IBI, que aquí nos lo han subido mucho, casi al nivel de la capital, y eso se convierte en insostenible, porque hay que sumar los recibos del agua, de la luz, aunque no se gaste en meses..., y siempre hay que pintar algo, remendar la fachada... Demasiados gastos. Pero la gota que desborda el vaso es lo del IBI. Nos valoran las casas como si estuvieran en Valencia, y al venderlas no sacas ese precio, claro, la prueba es que están más baratas que nunca y que siguen los carteles en las ventanas, no hay avalancha compradora».

Luego llegan los gobernantes, se inquietan por el problema del despoblamiento rural y organizan comisiones de sabios para que analicen lo que hay y le den vueltas y vueltas para ver qué se puede hacer. Así salen conclusiones de lo más pintorescas, y propuestas de ayudas públicas, a ver si atraen a nuevos pobladores, cuando sería urgente actuar para evitar que se vayan los que quedan, frenar el éxodo; luego ya vendría la siguiente fase, invertir la tendencia. Y antes que pensar en repartir nuevas subvenciones podrían percatarse de la conveniencia de actuar sobre la fiscalidad actual: que no se valoren las casas por lo que no valen, que no se suba el IBI hasta invitar a vender e irse; que se configure la invitación a quedarse, a volver, a ir de nuevo, porque se vea que además de vivir bien allí, no sale caro.

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