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El presidente tranquilo

CÉSAR GAVELA

Miércoles, 9 de enero 2019, 08:09

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Su imagen, durante décadas, fue la de un hombre secundario. Un leal y laborioso joven del norte de Castellón del que se contaba que era periodista, y que había llegado lejos de la mano de su jefe, el presidente de la Generalitat Joan Lerma, uno de los políticos más duraderos de todo Occidente. Ximo Puig entró muy pronto en los mundos privilegiados del Palau de la Generalitat. Muchos años antes de que el hoy muy duramente atribulado Eduardo Zaplana llegara a la plaza de Manises, Ximo Puig, con menos años que él, ya dominaba, aunque en funciones de mayordomo, todos los centímetros cuadrados del viejo palacio medieval.

Vino después una trabajosa época de supervivencia y olvido, nada menos que veinte años de reinado popular. Con Zaplana primero, con el instrumental José Luis Olivas después, con el sobreactuante Camps más tarde (los tres hoy con severos horizontes penales) y con el anodino Alberto Fabra a lo último. Largo tiempo en el que Puig miraba de cuando en cuando el Palau de la Generalitat con una secreta y familiar esperanza en la que solo él podía creer.

Pero lo consiguió. Y ya en el poder, supo maniobrar con sensatez y educada firmeza, supo apagar fuegos en momentos delicados, y ahora inicia la recta final de cuatro años en el cargo. Que ha sido incómodo, porque ha tenido que repartirlo muy equitativamente con sus socios nacionalistas y maximalistas de Compromís. Pero el tramo también ha sido dulce. Y desde esa plataforma, tanto aquí como en el resto de España, utilizando siempre las armas de la paz, le ganó la partida mediática a la muy guerrera Mónica Oltra.

Puig lo tenía difícil: por su precariedad parlamentaria y por la cogestión con un partido-movimiento proclive a la demagogia y al nacionalismo radical más o menos soterrado (ahora suponemos que más cauto, tras la ruidosa aparición de Vox). Puig ha sabido moverse muy bien en medio de las jaurías. Ha sido, como el presidente francés Miterrand de su primer septenato socialista, allá por los años 80, una 'fuerza tranquila'. Ha utilizado un verbo sensato y dialogante, y nunca ha descuidado su proyección estatal. Sin dejar de ser un hombre muy de la diócesis de Tortosa, la que es tan catalana como valenciana. Todo eso templó su discurso político, pero no menos lo hicieron sus años en Madrid. Ximo venía de lejos y supo esperar. Ahora, cuando ya se ha labrado una imagen de honestidad, aguante y cosmopolitismo hispano, aguarda pareja de baile a partir de mayo. Porque en Valencia, y si salen las cuentas, Ciudadanos muy probablemente no va a ir de la mano de Vox y el PP, sino de los socialistas que lidera aquel remoto becario que vino de la brava y hermosa comarca dels Ports. La otra pareja, claro, es la misma que ahora, la dama Mónica y sus criptosecesionistas. Con unos o con otros socios, un nuevo cuatrienio para Ximo Puig parece, hoy por hoy, lo más probable.

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