Presidente de la República
Cuando veo a Pedro Sánchez echo de menos a Vallejo-Nájera y su fino bisturí mental
Mª JOSÉ POU AMÉRIGO
Miércoles, 8 de mayo 2019, 08:01
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Mª JOSÉ POU AMÉRIGO
Miércoles, 8 de mayo 2019, 08:01
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Como de pequeña leía todo lo que había por casa, recuerdo haberme acercado muy pronto a la biografía psicológica de grandes personajes históricos de la mano de Vallejo-Nájera y sus 'Locos egregios'. En ese libro, que luego 'continuó' su hija Alejandra con otros ilustres, el psiquiatra analizaba las patologías de algunos nombres propios como Juana la Loca, Hitler o Van Gogh. Resultaba muy interesante porque lo hacía desde su especialidad médica y ajeno por completo a la exageración de un best-seller. El libro se convertiría en eso después, pero el objetivo de partida era intentar entender clínicamente el comportamiento de algunos personajes.
Cuando veo a Pedro Sánchez echo de menos a Vallejo-Nájera y su fino bisturí mental. No quiero decir que el presidente en funciones tenga problemas psicológicos pero sin duda se trata de una personalidad digna del estudio de un especialista. Al menos, su vocación de monarca absoluto.
Nos hicieron pensar que nos equivocábamos y exagerábamos cuando creímos verlo compitiendo con el Rey durante el besamanos de la Fiesta Nacional. Sus asesores y los portavoces de la Casa Real corrieron a difundir la interpretación del error circunstancial. Les habían pedido que esperaran para la foto y ni por un momento tuvieron intención de probarse el armiño. Ni siquiera cuando la propia presidenta del Congreso advirtió a Sánchez y su mujer de que ése no era su lugar. No era un pavo real abriendo su cola más que la de su competidor; era un humilde servidor público confundido con las normas protocolarias de los patricios, desconocidas e innecesarias entre la plebe.
Luego lo vimos subido al Falcon y corriendo por los jardines de la Moncloa, y el asunto no eran las gafas del hombre de negro ni las manos de poema adolescente de Neruda o la vida sana de un presidente joven. La cuestión no era la campaña de imagen calculada y milimetrada. Lo realmente preocupante era que el privilegio empezaba a convertirse en adictivo para Sánchez. El privilegio deslumbra, motiva y engancha. Poder subir a un avión y acudir a un concierto, visitar Nueva York sin hacer colas, o vivir en un Palacio no debe de ser inocuo. Nadie, salvo quien lo lleva de cuna, puede permanecer indiferente a esa posibilidad.
Ahora estamos viéndolo en su papel de anfitrión recibiendo a los líderes de los partidos políticos en la sede del Gobierno para consultas que no son tales. O sea, ejerciendo de presidente de la república. Él es un líder que debe ser recibido por quien tiene la potestad de la consulta. Igual que los demás. Cosa distinta es sentarse en un reservado para conversar con aquellos que pueden apoyarle en su intento por continuar en La Moncloa. Eso no son consultas sino conversaciones con intención de pactar. No lo hace el presidente sino el aspirante, pero de nuevo está ejerciendo de Jefe del Estado. Sánchez quiere ser el sucesor de Azaña. Y, como nos descuidemos, lo será.
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