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SAN MOISÉS

Ayer descubrí que mi coche, un modesto Ibiza, es capaz de hacer esas cosas que cuentan en los anuncios molones de 4x4

María José Pou

Valencia

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Sábado, 17 de noviembre 2018, 11:03

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Una de las cosas que me sorprendieron la primera vez que visité Israel fue ver una capilla dedicada a 'San Moisés' en la iglesia del Monte Tabor. Yo siempre había oído hablar de 'Moisés', a secas, sin más tratamiento, eso sí, con la cara de Charlton Heston y el cuerpazo que Miguel Ángel le esculpió para la tumba de Julio II. O sea, nada que ver probablemente con el original. Sin embargo, allí estaba la capilla dedicada al santo receptor de los Diez Mandamientos aunque yo nunca, ni antes ni después de esa iluminación, le he llamado así. Hasta ayer.

Ayer estuve a punto de crear un club de fans con recogida de firmas en Change para pedir que compartan patronazgo automovilístico San Cristóbal y él. En este caso, patrón de los coches anfibios. Porque, en efecto, ayer descubrí que mi coche, un modesto Ibiza, es capaz de hacer esas cosas que cuentan en los anuncios molones de 4x4: cruzar desiertos, escalar montañas, caminar por el hielo y atravesar lagos. Sobre todo, atravesar lagos. Mi frágil utilitario se portó como un jabato cuando se vio frente a una piscina que iba creciendo entre acequias de L'Horta Nord. Entonces fue cuando me acordé no tanto de Santa Bárbara a la que le musité un lacónico «ya te vale», como de San Moisés. Mientras intentaba volver a Valencia en un tiempo récord de dos horas y media desde la lejana localidad de Moncada, me topé con, al menos, tres balsas de agua que llegaban a la puerta del coche. Lo supe cuando un motorista que iba delante de mí, se bajó de la moto y comprobé, con horror y respingo, que el agua le llegaba a medio muslo. Ahí me agarré fuertemente en el volante y me encomendé: «San Moisés, San Moisés, vale que no tengo egipcios persiguiéndome, pero quisiera volver a pisar tierra firme. ¿No podrías abrir las aguas del Carraixet y que llegue sana a la Tierra Prometida de casa?». No vi cayados golpeando la roca ni efectos especiales a lo Cecil B. DeMille pero puedo prometer y prometo que las aguas se abrieron. Al menos, esa fue la sensación al avanzar por el 'lago' y ver cómo venía por la otra calle de la piscina un autobús de la EMT. Su paso junto a los coches nos hacía sentir como a egipcios engullidos por el Mar Rojo. En nuestro caso, afortunadamente, no sucumbíamos con el carro como los secuaces de Ramsés. Llegamos y dimos gracias al Santo protector, junto a un guiño al entrañable Noé. Si no hubiera sido por ellos, aún estaría en un arcén de Poble Nou, esperando la presencia salvífica de la policía o de la Guardia Civil. Fue ésa mi esperanza cuando subí al coche y pensé que nada malo podía pasarme porque si la carretera no estaba en condiciones, nuestros ángeles custodios uniformados nos lo dirían. No encontré a ninguno en todo el camino ni en la Valencia colapsada de ayer. Será que estaban tranquilos en otros menesteres porque habían fichado a San Moisés de becario. Al menos, espero que, después de esto, lo hagan fijo.

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