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Polonia y la verdad

Quienes tienen el poder de la opinión pública construyen la realidad a su medida

María José Pou

Valencia

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Viernes, 2 de febrero 2018, 12:36

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El gran reto del siglo XXI es la verdad. Lo ha sido siempre pero ahora lo es un poco más o con más urgencia por lo frágil que resulta. En los tiempos medievales la verdad estaba encerrada en las bibliotecas de los monasterios y aún hoy hay quien acusa a la iglesia de haber guardado bajo llave los grandes saberes. Como en otras circunstancias, se obvia lo que hubiera pasado si los monjes hubieran dejado a merced de las hordas guerreras aquellos manuscritos y aquellos rollos antiguos, si no los hubieran copiado a mano y no los hubieran conservado como lo que eran, un tesoro de la Humanidad. La verdad siempre ha estado en manos de poderosos no porque les interesara sino porque querían manejarla para ofrecer solo aquella visión que les ayudara a conservar el dominio sobre todas las cosas. Por eso había tanto temor a que hubiera voces discrepantes sobre la Tierra girando alrededor del Sol y no al revés como decía la voz autorizada.

Ahora vivimos un tiempo similar aunque con modos distintos y con condicionantes más graves. Donald Trump se permite decir que su toma de posesión fue más numerosa que la de Obama o que su discurso del Estado de la Unión fue más seguido por televisión. No importa que no sea cierto y que los datos lo digan con toda claridad. Él opta por crear la realidad a su medida y dice que los datos se equivocan. No hay más que hablar. Lo mismo ocurre con el gobierno polaco que decide suprimir la vinculación de Polonia con el Holocausto. Para él no es relevante que cuando pensamos en un campo de exterminio nazi digamos Auschwitz y oh, qué contrariedad, estaba a 40 kilómetros de Cracovia. Eso ya no se puede decir por ley. Como no se puede decir que una cruz por los Caídos en Callosa de Segura no es una apología de la dictadura sino un recuerdo de una muerte injusta. Porque las hubo. Hubo quienes murieron por su fe y no eran fascistas ni colaboracionistas ni franquistas. Pero quienes tienen el poder de la opinión pública construyen la realidad a su medida. Como si admitir que hubo muertos por ser creyentes niegue que los hubiera por sus ideas de libertad y de justicia social. O como si honrar su memoria restara algo a la memoria que merecen los olvidados durante cuarenta años. Es nuestra propia posverdad. La diferencia de este tiempo y el medieval es que ahora, teóricamente, la verdad no se puede guardar en una biblioteca como la recreada por Eco en 'El nombre de la rosa'. La verdad está hoy a disposición de todos y, sin embargo, es también monopolizada por determinados sectores que la manejan a su antojo. El gobierno polaco lo hace a las bravas y por ley; otros, con modos sutiles y con autos de fe públicos en las redes, los medios y los círculos influyentes. La verdad es ahora más frágil porque no hay quien la conserve aunque sea en un oscuro monasterio. Ahora no podemos decir que no sospechábamos. Quizás no sabemos pero sabemos que no sabemos.

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