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SIN PLAN EN PENSIONES

No pueden martirizar a quienes solo se esfuerzan por obtener lo que más han valorado los propios líderes en los años de la crisis: el ahorro

María José Pou

Valencia

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Sábado, 22 de septiembre 2018, 10:06

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Algunos cambios de rumbo por parte de los dirigentes tienen unas consecuencias terribles para el ciudadano o el pequeño inversor que ni calculan ni palían nuestros políticos. Decidieron que, para combatir el tabaquismo, habría dos zonas en los restaurantes, para fumadores y para no fumadores. Algunos empresarios acondicionaron su local para responder a eso y se encontraron después con que ya no hacía falta nada de lo realizado, porque no se iba a permitir fumar en ninguna parte salvo en la calle. Anunciaron que apostaban por las energías renovables y hubo quien se lanzó de lleno a invertir en ese sector. Más tarde, todo aquello cambió, el Gobierno eliminó las ayudas, dejaron en el limbo a las nuevas empresas y hundieron a quienes se habían fiado de una cacareada apuesta imprescindible. En estos años han dado ayudas con varios planes Renove para actualizar el vehículo ya fuera de gasolina o diésel pero un día, de pronto, el mensaje que empieza a llegarnos es que éste último es el enemigo y debe desaparecer de la faz de la tierra. Poco importa aquella persona que se acogió a un plan de ayuda pública para cambiar su coche sin advertencia clara de que, ya que debía hacerlo, apostara por otro sin prohibiciones. El último anuncio de ese estilo es el que tiene que ver con los planes de pensiones. Durante años nos convencieron de que debíamos hacernos uno porque los expertos no nos aseguraban que pudiéramos cobrar una pensión en el futuro o, al menos, una digna. Recientemente, incluso, los bancos famélicos de recursos invitaban a suscribir más de un plan por sus ventajas fiscales. Ahora, en cambio, el Gobierno se descuelga con la penalización a quien hizo eso, eliminando las bonificaciones fiscales y gravando las rentas del capital.

Esa línea errática en asuntos de largo plazo resulta muy perjudicial para los ciudadanos, sufrientes de los vaivenes políticos, por la imposibilidad de un cambio ágil y frecuente. Un plan de pensiones no se improvisa. La compra de un coche no es cosa de un día. La inversión de un pequeño empresario no puede alterarse de un mes a otro. No pueden martirizar a quienes solo se esfuerzan por obtener lo que más han valorado los propios líderes en los años de la crisis: el ahorro. Ahorrar es una virtud que conduce a lo contrario de los excesos que nos abocaron a la Gran Depresión. Hace diez años, el problema era que en lugar de ir guardando en el cerdito peseta a peseta, se había despilfarrado y nos habíamos endeudado por encima de nuestras posibilidades. Ahora resulta que ese ahorro modesto, el del español medio, sin más pretensión que asegurarse una paguita cuando se jubile, es un error. Decisiones como ésa, relacionadas con inversiones a largo plazo, deberían tener unas disposiciones adicionales, un periodo de tregua para que quien lo hizo pueda mantenerlo sin perjuicio y solo quien se quiera meter en ello de nuevas, sepa que las reglas han cambiado.

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