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El verano funciona, a veces, como un estado de ánimo. Las vacaciones son siempre una necesidad fisiológica, como beber agua. Sin el líquido elemento no existe la vida y, si me apuran, ni el estío, ni el relax. Sin el Mediterráneo, esta tierra sería peor a todos los niveles (cine, literatura, gastronomía, paisaje, clima, carácter...). Algunas personas sólo valoran el mar en los meses de calor. Error. Algo similar ocurre con las piscinas. Las de determinados hoteles, como el Marina Bay de Singapur, son fascinantes. Las de algunas películas se fijan en la mente, como la de 'Tres colores: Azul' (Krzysztof Kieslowski, 1993) o la 'Déjame entrar' ( Lina Leandersson, 2008). Lo escribió muy bien Joan Didion en 'Los que sueñan el sueño dorado': «Las piscinas se suelen interpretar como símbolos de prosperidad, real o fingida, y de una especie de atención hedonista al cuerpo (...), pero para muchos son símbolos de orden, de control sobre lo incontrolable».

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