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La distancia, mental y física, en principio favorece otra perspectiva exenta de la nube que contamina el entendimiento. Y aprovechando la distancia que nos separa del epicentro del estallido es justo reconocer que nos deslizamos hacia el pantano del pesimismo. La expresión "esto pinta mal" se repite modulada por una resignación que desembocará en la apatía o, peor aún, en la sensación de derrota. Al revés de lo pronunciado por el gallardo coronel Kilgore (Robert Duval) en 'Apocalipse now', aquel mítico "la colina olía a... victoria", nuestro actual zafarrancho débilmente defendido por un gobierno que actúa desde la pulcritud finolis y leguyela de un despacho de abogados cabezones, huele a derrota. Nos han derrotado en el terreno de la propaganda gracias a las estrepitosas fotos con las porras desenfundadas, y la estampa de esos quinientos policías y guardias civiles expulsados de Calella, bajo el griterío y los empellones de algunos aireados ciudadanos, son el símbolo de una derrota que nos entristece. Permitir esa huida amparándose en la cautela y la prudencia supone entregarse, acaso rendirse, a los que permanecen fuera de la ley. El espíritu gallináceo sólo nos conduce hacia la humillación y, de nuevo, hacia ese picajoso pesimismo que nos achanta. Si nuestro gobierno se muestra incapaz de garantizar el lecho y la logística de sus uniformados allá en un pueblo turístico vamos mal. Frente a esta incompetencia, el sector de catalanes abonados al victimismo ha construido un relato épico y ahora resulta que el domingo uno de octubre adquiere las hechuras de aquel domingo sangriento irlandés donde murieron civiles bajo las balas de los soldados ingleses. Por suerte las canciones lloricas de Llach no admiten comparación con el temazo que compuso U2, pues en ese caso la derrota sería completa.

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