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Urgente Un hombre cae de una tercera planta en Valencia huyendo de la Policía tras discutir con su pareja

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Ahora que de la mano de Amenábar recuperaremos (eso espero) la figura de Miguel de Unamuno, conviene recordar la anécdota que protagonizó mientras formaba parte de un cortejo fúnebre. Un pelotillero se le acercó: «Ay don Miguel, no somos nadie...» Y don Miguel, imagino que con gran desprecio intelectual, replicó: «Eso será usted, yo soy filósofo, ensayista, rector...» Desde luego Unamuno estaba lejos de ser una nada o un don nadie. La falsa modestia no le acompañaba ni falta que le hacía, para eso era Unamuno, una de las primeras cabezas del siglo, un tipo irrepetible.

Aquí, en cualquier caso, enterramos de maravilla y no escatimamos con las lágrimas, la pompa, el boato y las declaraciones narrando las excelsas bondades del finado. Cargado de escepticismo y algo de sonrisa teñida de humor negro observo las muestras de condolencias que nuestros líderes políticos mandan desde su tuit. Naturalmente, esos pésames cibernético no los redactan ellos, para eso tienen en sus equipos los especialistas en redes que, de vez en cuando, meten la pata y forman una escandalera ridícula. ¿Fallece una deportista? ¿Nos abandona un cantante? Pues nos enchufan sus mensajes donde confiesan su congoja, donde expresan su solidaridad, donde recuerdan los triunfos del que se marchó al otro lado del río. Establecen una pugna algo infantil en esto de mostrar sus deseos anticipándose al adversario. Claro que, escasa originalidad se les exige porque en esto de efectuar el pésame el tono se equilibra: ni muy llorica ni demasiado colegón. Mantienen esa compostura cargada de severidad pero sin caer en la zona gélida. En los funerales en directo todos usamos nuestra cara, digamos de ataúd de pino, cuando susurramos palabras de cariño a la parentela. En la redes, la hipocresía de pésame todavía brilla con mayor esplendor.

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