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Pérez-Reverte y la envidia

JUAN GÓMEZ-JURADO

Sábado, 5 de octubre 2019, 10:52

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Hay sentimientos que un español se resiste a sacar en público. O en privado, ya puestos. Este tema me va a dar para varios artículos, uno por sentimiento. El de hoy es la envidia. Y para ejemplificarlo, les contaré mi trayectoria con Arturo Pérez-Reverte. Tenía 13 años y un carnet de la biblioteca que echaba humo cuando conocí a Arturo Pérez-Reverte. El libro se llamaba 'La Tabla de Flandes', y le convirtió desde ese instante en mi autor favorito, fin.

Hay una breve etapa en mi relación con el escritor, que duró unos cuantos meses. De jovenlescente, a mis veinte años, creí que sus ideas como articulista y las 'mías' colisionaban. En ese momento le clasifiqué inmediatamente, como buen español (aún sin Twitter, pero como si lo tuviera) en la categoría de 'gilipollas'. He notado que en nuestro carácter y ADN tenemos una capacidad sobrehumana para etiquetar a alguien y convertirlo en el enemigo en décimas de segundo. Pregúntenle a cualquiera entre 25 y 35 años por su opinión de Reverte y esperen a ver cuánto tarda en usar las palabras «facha» o «machista». Después pregúntenle si lo han leído, o solo han visto alguna mención de pasada a algún tuit sacado de contexto. Pues esa clase de idiota era yo, idiota de oídas, hasta que alguien me cogió por el codo y me explicó la vida, y a Reverte. Que es, un poco, lo mismo. Por suerte solo me duró unos meses ese sarampión, y comprendí que, de facha y de machista, nada de nada.

Luego leí 'La Reina del Sur'. Bum. Es difícil describir en pocas palabras cómo me afectó ese libro. Supongo que me dio el mismo golpe en la cabeza que a Reverte le daría con Zweig o Dumas. Autores masivos que hoy consideramos clásicos imprescindibles. Desde entonces la admiración se trocó en envidia. Envidia pura y dura. Y no saben ustedes lo maravilloso que es expresar ese sentimiento en voz alta. Envidio a ese hombre. Deseo para mí lo que él posee. Esa fuerza, esa voz.

Dentro de tres semanas en las librerías coincidirán nuestros dos últimos libros. 'Loba Negra' y 'Sidi'. Yo acabo de terminar de leer 'Sidi', y estoy muy enfadado. Yo creía que el maestro estaba ya encarando su etapa crepuscular y dejando hueco, y el hijo de la grandísima ha escrito un novelón. Quizá su mejor personaje. Tan escueta, vibrante y redonda como el mejor western de John Ford. Y yo cierro el libro, cierro la mandíbula, descuelgo el teléfono y le llamo. Y le maldigo por no morirse. Y me contesta: «Gracias, chaval. Es normal lo de querer matar al padre, pero te lo intento poner difícil».

Cuando estas Navidades acudan a las librerías para comprar los libros que vayan a regalar, verán dos pilas enormes, una con el suyo y otra con el mío. Mi ruego es que regalen el suyo. Y cómprenselo para ustedes. Porque esa es una característica de la envidia: en cuanto la enuncias en 2.856 caracteres, desaparece.

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