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Patético Pablo

La guerra por mi cuenta ·

Lo de Iglesias revela bien a las claras que por llegar al poder algunos políticos están dispuestos a poner en almoneda hasta su propia dignidad

CARLOS FLORES JUBERÍAS

Miércoles, 18 de septiembre 2019, 07:56

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El Rey debería hacer entender a todos los candidatos, y en particular al que tiene más apoyos, que la coalición es una vía de dar estabilidad a nuestro sistema parlamentario y que España no debería permitirse otra repetición electoral».

Si la frase la hubiera pronunciado cualquier otro politólogo que no hubiera sido el profesor Iglesias Turrión, o cualquier otro político distinto del diputado Pablo Iglesias, habría resultado digna de consideración. Pero en boca del líder -más que máximo, único-, de Podemos, un republicano -más que confeso, profeso-, que no hace mucho bromeaba acerca de la turbulenta relación entre los borbones y la guillotina, y que hace servir entre sus alabarderos al chico ese que gusta de referirse a S. M. el Rey como «el ciudadano Felipe de Borbón», la cosa tiene su guasa.

La tiene, porque implorar no ya la simple mediación del Rey para que se supere cuanto antes la actual situación de bloqueo político, sino su apoyo explícito a la formación de un ejecutivo de coalición PSOE-Podemos contradice tanto su discurso republicano de siempre, como ese repentino fervor constitucional suyo de la última campaña. Y es que dirigirse a quien según la Constitución no debería sino «arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones» para que, dejando de lado su neutralidad, ponga su peso institucional y su prestigio personal del lado de una concreta -y discutible- alternativa de gobierno, parece querer retrotraernos hasta los tiempos felizmente lejanos en que el bisabuelo del actual monarca ponía y quitaba gobiernos a su antojo, trampeando con la voluntad de los españoles desde Palacio.

Y la tiene, adicionalmente, porque remata de forma antológica la ya larga lista de humillaciones que Iglesias se ha autoinfligido en los últimos meses ante la mirada atónita de sus seguidores. Suya fue la idea de autoinmolarse para facilitar el acuerdo con los socialistas; suya la de reclamar apenas tres carteras menores y una vicepresidencia para su señora; suya la de conformarse in extremis con las políticas activas de empleo, ya transferidas a las comunidades autónomas; suya la de seguir tocando a la puerta de quien confiesa no cogerle siquiera el teléfono; y suya, por fin, la de proponer una especie de Gobierno a prueba -salimos juntos hasta diciembre: y si no funciona, pues lo dejamos- con la que pasará a la historia del constitucionalismo moderno.

Hasta ahora, cada vez que oía aquello de que los políticos son capaces de cualquier cosa con tal de llegar al poder la mente se me iba hasta terrenos bien cercanos a los del Derecho penal -chantaje, falsedad, tráfico de influencias...- bien a los de la Ley mosaica -mentira, codicia, ambición...-. Pero los patéticos esfuerzos de Iglesias por hacerse un hueco en el Consejo de Ministros de Sánchez revelan bien a las claras que por llegar al poder algunos políticos están también dispuestos a poner en almoneda su dignidad. Y diría que hasta sus pantalones.

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