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El Palau de invierno

JUAN CARLOS VILORIA

Lunes, 13 de noviembre 2017, 10:18

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El palacio de Invierno de la burguesía catalana era la Generalitat. Y los comunistas catalanes herederos de una larga tradición leninista, sin enterarse. Hasta que llegó Puigdemont y los suyos. Les querían conducir hacia una revolución. Eso sí, insolidaria, supremacista, xenófoba. Entonces los viejos comunistas se cayeron del caballo. Escuchar a Paco Frutos dar un mitin al lado de Xavier García Albiol, leyendo la cartilla a sus compañeros comunistas frente a un mar de banderas constitucionales ha supuesto un punto de inflexión de la relación de la izquierda clásica española con los nacionalismos periféricos.

La ortodoxia leninista siempre había distinguido entre «el carácter represivo del nacionalismo dominante de un Estado y el potencial emancipatorio de los nacionalismos locales que se enfrentan al mismo». Otro comunista, Rafael Pla Gómez, le reprochaba a Paco Frutos haber caído en lo que denunciaba Lenin en su testamento criticando «a quienes ignoraban el nacionalismo panruso para limitarse a criticar a los nacionalismos que se enfrentaban a la opresión». Frutos ha roto con una inercia ideológica y táctica del socialismo leninista que aconsejaba aliarse con cualquiera que pudiera enfrentarse con el que consideraban «el enemigo principal». Para los ortodoxos del comunismo catalán tanto el movimiento anticapitalista de la CUP como el independentismo «de centro-izquierda» de ERC son buenos compañeros de viaje para combatir a la derecha.

Podía calcularse que con la desaparición del PSUC a finales de los ochenta había caducado la colaboración del nacionalismo catalán con el comunismo local. Pero lo que queda del PCE se ha encargado de desmentirlo linchando dialécticamente a los viejos lúcidos como Frutos, Justiniano Martínez (el Justi) y López Bulla. El idilio del PSUC con el independentismo ya dejó por el camino varias salidas del armario. Y significados líderes 'indepes' de hoy fueron ortodoxos comunistas de ayer como el mismo Raül Romeva, Rafael Ribó, Joan Vitro, Jordi Sànchez y la desaparecida Muriel Casals.

El mismo síndrome con el nacionalismo catalán que vivió durante décadas el desaparecido PSUC lo está reproduciendo el mundo de la izquierda populista nucleada en torno a Iglesias y Colau. Frutos, catalán, dirigente, obrero, comunista, ya se lo advirtió con un lenguaje escogido para la ocasión y que aterra en las filas de la militancia: traidor. Reivindicó la temida palabra 'botifler' porque su lucidez le ilumina el camino. Antes traidor que xenófobo, racista, manipulador de la historia, protector de corruptos. Los Iglesias-Colau para cuando se quieran dar cuenta de que la burguesía reaccionaria catalana sólo les necesita para dar un golpe a la democracia y la Constitución, será demasiado tarde. No tienen más que leer la historia del PSUC y su amargo final.

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