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Quién lo iba a decir. Joan Ribó estaba más que satisfecho con el despliegue policial del 9 d'Octubre, que según él permitió que se ejerciera pacíficamente el derecho de manifestación consagrado por la Constitución y evitó que los violentos se salieran con la suya. Bueno, al fin y al cabo esa es una de las funciones de las Fuerzas de Seguridad del Estado, las mismas que en otras tantas ocasiones son criticadas por el mismo nacionalismo y por la misma izquierda en la que milita el alcalde. A veces, incluso en exposiciones pagadas con dinero público. En cualquier caso, bienvenido sea este baño de realismo sistémico y de reconocimiento de la complicada labor policial de un dirigente que se ha distinguido por su poco aprecio hacia el ejercicio de la autoridad, como si fuera íntrinsecamente negativo. Lo es, obviamente, hacer un mal uso del poder, despótico, intolerante, ilegal, corrupto. Pero no lo es, en absoluto, cuando un político ejerce la labor propia de su cargo y emplea las herramientas y mecanismos que tiene a su disposición. Y la policía es una de ellas, tan legítima como las demás.

Una administración pública, como el ayuntamiento de una gran ciudad, debe velar por el buen funcionamiento de su municipio, con todo lo que eso significa, es decir, procurar la convivencia entre intereses contrapuestos y regular con los medios a su alcance relaciones complejas que no siempre resultan fáciles de armonizar. Vecinos y comerciantes, por ejemplo, o jóvenes que salen a divertirse por la noche y residentes que quieren descansar en sus hogares. Al final, es inevitable que en determinados momentos, cuando se producen choques, intervenga la policía. Salvo que se interprete que cualquier actuación de un agente de la autoridad tiene tintes fascistas, autoritarios, y se prefiera la vía de un liberalismo aplicado a la gestión pública, un 'laissez faire', una especie de pasotismo ácrata muy apreciado entre la intelectualidad progre y que es lo que en sus años al frente de la Alcaldía ha procurado poner en práctica Ribó. No hay más que pensar en el fenómeno del 'top manta', que poco a poco se ha ido imponiendo en las calles más comerciales de Valencia a costa de las tiendas que pagan impuestos y que tienen que soportar esta competencia ilegal y desleal. O en la nueva ordenanza de movilidad, un documento que va a dar carta de naturaleza a actitudes y comportamientos incívicos detectados en los últimos tiempos gracias a la sana proliferación de vehículos de transporte no contaminante, como las bicicletas y los patinetes. Circular por calles peatonales, utilizar los pasos de peatones, saltarse el semáforo para girar a la derecha... El paraíso de los que piensan que la mejor norma es que no haya normas, los amantes de la selva virgen.

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