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Hay que ser muy sectario y muy totalitario, hay que estar muy enfermo de odio y de una ideología que ve al diferente como a un enemigo para poner pegas y salir en tromba a criticar un vídeo como el de los dos ancianos excombatientes de la guerra civil que hablan, superan enfrentamientos y reconocen el valor histórico y el enorme mérito de la Constitución del 78 y de la Transición como gran logro ciudadano en el convulso siglo XX español. Pues bien, Podemos ha encontrado motivos no para la crítica constructiva sino para la descalificación insultante, vengativa y justiciera, propia de pelea barriobajera de barra de bar tras una noche larga y cargada de alcohol. A nadie puede sorprender a estas alturas que los neocomunistas de Iglesias no acepten ninguno de los consensos básicos en los que se fundamenta la democracia española, al fin y al cabo su objetivo último es dinamitar el sistema, acabar con «el régimen del 78», aunque para ello tengan que aliarse con los enemigos del Estado, con independentistas que aspiran a crear sus propias repúblicas y cada día trabajan firmemente por la destrucción de lo que tanto tiempo y esfuerzo ha costado construir. Pero lo que sí llama la atención es que quienes abiertamente se han puesto en contra del mayor periodo de paz y prosperidad en libertad de la historia de España sigan gozando no sólo de la atención mediática sino de una increíble capacidad de marcar la agenda. Mientras el comunismo es una marca completamente desacreditada en los grandes países europeos, sus herederos en España disponen de altavoces y cuotas de pantalla que superan en mucho a la representación que alcanzan en las urnas. Y esto se explica, en parte, por el prestigio que -a pesar del cataclismo causado allí donde la utopía comunista se hizo realidad y de los millones de muertos y encarcelados y de las masas empobrecidas que quedaron a su paso- aún tiene entre intelectuales y periodistas. En los pasillos de las universidades, por ejemplo, sigue siendo un baldón el que a un profesor se le tache de derechista. Directamente se le tildará de ultra, facha o fascista. Por contra, el que reconozca su militancia comunista será visto con respeto y casi con temor reverencial, aupado al altar de la autoridad incuestionable, tomado como ejemplo a seguir por las generaciones futuras, símbolo indeleble de compromiso moral y ciudadano. Las extravagancias de Podemos, como la del vídeo de los excombatientes, deberían causar risa (y pena) y no ser tomadas en serio, pero los humoristas del régimen, los graciosos oficiales, también cojean del mismo pie, abrazan el pensamiento único de la superioridad moral de la izquierda, por lo que tampoco gastan bromas de lo que no pasa de ser un chiste malo. Eso sí, a la hora de cobrar no son nada comunistas.

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