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Las entrañables películas de la productora británica Hammer solían resucitar a Drácula, interpretado por Cristopher Lee, nuestro chupasangre favorito, con tan sólo unas límpidas gotas de sangre que se filtraban bajo tierra hasta alcanzar el féretro del inmortal personaje. Con esa breve dosis, Drácula regresaba con sus colmillos afilados y, de nuevo, emergía el lío de seducción sangrienta. Berlusconi también ha regresado a la vida política, ignoro si fertilizado por dosis de rancio bunga-bunga, porque se aburre, por chulería o porque simplemente le apetece plantar cara al populismo cinco estrellas. Berlusconi, en fin, gasta aire de conde jubilado que se aburre en su castillo de los Cárpatos y necesita algo de marcha para sentirse vivo. Me fascina su implante capilar, semejante al de Travolta y de un estilo que se ha definido como «trozo de moqueta pegado al cráneo». Quizá Macron, a la espera de lo que suceda con Albert Rivera y Ciudadanos, haya sido la única novedad de la vieja Europa que mantiene a sus dinosaurios porque para muchos votantes el relevo suena peor que la música del viejo tiburón. Berlusconi, en efecto, ya tiene una edad, pero el tipo estuvo rápido de reflejos cuando la activista Femen se desvistió frente a su napia. Apartó la mirada al instante para no ofrecer la foto de un calentorro ojiplático y escapó como aquel Drácula aterrorizado por los rayos del sol cuando amanece. El espíritu bunga-bunga, pues, quedó orillado. Berlusconi retorna con brío y socios de extrema derecha. Europa es una caja de sorpresas y el gazpacho que se exhibe en Italia supera al nuestro, lo cual no deja de ser un consuelo de tonto. El personal se ríe mucho de Trump y de sus arrebatos, pero en Europa, entre el populismo radical y las resurrecciones a lo Berlusconi, tampoco estamos para dar lecciones.

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