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Urgente Una avería en el avión deja tirado al Valencia

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A los jóvenes y melosos baladistas de ese estilo que antaño se consideraba «canción ligera» se les entornan los ojos de puro éxtasis cuando pronuncian la palabra «música». Ellos sienten la música, respiran la música, se nutren de música, derraman música y supuran música como a otros les supura un grano de pus en la nalga izquierda. Bajo el amplio y sufrido paraguas de la «música» parece ser que se incluye a Bach, Albéniz y Satie y también lo que ellos canturrean, que ni siquiera es original porque, salvo alguna excepción, tan sólo se limita a copiar los éxitos populares que otros hilvanaron. Pero los fenómenos televisivos son así y una importante porción de espectadores consume todo lo que se emite hasta la saciedad. E incluso vibra con la emoción de la lágrima fácil. España es uno de los países con mayor cantidad de eurofans, lo cual demuestra que de tímpano andamos francamente flojos porque si palpitamos con la horterada es que hemos elegido el camino tonto de la melodías chicle. Todos los años me sorprende el importante número de compatriotas que se toman en serio el festival de Eurovisón. Estos eurofans nuestros deben de aburrirse mucho para abrazar tal milonga, y ese aburrimiento acaso obedece a la banalización que nos rodea. Por supuesto, si alguien se distrae más escuchando una bobada insípida en vez de estimular su sensibilidad gracias Mozart o Charlie Mingus, está en su perfecto derecho. Por desgracia, él se lo pierde. Pero tampoco sobraría que se les explicase el placer de escapar de los caminos trillados preñados de empalago. La hinchada eurovisiva crece imparable y mi pena aumenta porque observar tantos paladares secos me causa un poso de melancolía viejuna alejada, espero, a saber, del tono cascarrabias. ¿Pero cómo pueden tomarse tan en serio la cochambre de Eurovisión? En fin...

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