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Urgente Muere el mecenas Castellano Comenge

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Cuenta la leyenda que aquí se vendieron palacios, castillos y claustros a esos millonarios yanquis que deseaban proporcionar lustre añejo a sus recios dineros cosechados con el petróleo de Texas. Despreciábamos nuestras ruínas y los jirones mudos de nuestro patrimonio por falta de cultura. El rastro de la Historia, para nuestros ojos, no eran sino molestas piedras. ¿Se come una piedra? No. Pues a venderla que ha llegado al pueblo un loco que nos compra los indigestos pedruscos.

El monasterio de Simat de la Valldigna era colosal. Algo se pudo preservar. No fue la mano implacable del tiempo la que lo devastó, aunque también, sino la dentellada del hombre. Los agricultores de la zona, hace muchos años, expoliaron esas piedras para fortificar sus lindes. Total, ¿qué importaba? Nadie les prohibió el atropello e incluso creían favorecer el progreso al limpiar aquel terruño de una incómoda arquitectura. Un curita francés de Nancy, monsieur Lami, acudió hasta Simat a principios de los sesenta conduciendo su Citröen dos caballos y se hartó a llorar cuando observó aquella escabechina. También disparó su cámara fotográfica cada vez que encontraba restos desperdigados del monasterio pespunteando los campos colindantes. Por eso, ahora, visto el movidón de las maravillas de Sijena y la vocinglera trifulca que ha estallado, no puedo sino conmoverme ante la súbita pasión que a unos y otros les ha atacado por defender el arte. Qué emoción. En unas décadas hemos evolucionado del abandono total a la lucha sin cuartel. Esta obra de arte es mía. No, es mía. Pues no sé, pero a lo mejor es de todos y convendría erradicar ese mezquino sentido de la propiedad que lleva años atrapándonos en el bucle de indigencia mental de la patria chica. Y, de todas formas, si hay un mandato judicial, ¿a qué viene tanta gresca?

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