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La guerra de los lazos amarillos y las correspondientes broncas está convirtiéndose en un banco de pruebas para observar el funcionamiento de las 'fake news', las noticias falsas. No hace falta ni laboratorio donde experimentar. Basta con lanzar un bulo, una noticia inventada o una deformación de algo aparentemente real, para comprobar cómo se mueven las redes sociales y cuáles son los temores de sus usuarios.

Lo vimos el pasado 1 de octubre cuando unos y otros hacían circular fotografías de supuestos actos violentos realizados por el contrario. Una imagen tiene mucho éxito porque resulta difícil de contestar. Si una está viendo la foto de lo sucedido ¿cómo negar que haya pasado? Sin embargo, sabemos, sobre todo tras la propaganda nazi y soviética, que es muy fácil trucar una fotografía. Si lo hacía Stalin sin haber conocido el Photoshop, ¿qué no podrá conseguirse ahora? En las imágenes del 1-O nos mostraron sangre que no era tal, heridos de otros países y conflictos, o policías infiltrados que nunca habían pertenecido al Cuerpo. No es necesario, ni siquiera, alterar la imagen; basta con ponerle un pie de foto que explique algo que no es o que contextualice erróneamente lo que se muestra.

Es lo que está pasando con los lazos amarillos o las broncas sobre la independencia. Alguien que viste con una prenda amarilla puede ser, a ojos de un contrario, una provocación, o una pancarta, razón de una agresión intolerante. La foto de una mujer con una férula en la nariz y la cara amoratada bajo el título '¡agresión!' es suficiente. Poco importa que la imagen estuviera sacada de una noticia sobre cirugía estética. El fenómeno recuerda demasiado a lo que Hearts exclamó cuando su corresponsal le dijo que en Cuba estaba todo tranquilo. «Usted ponga los dibujos; yo pondré la guerra». Era 1898.

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