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Oculto por la polémica de la A-6 ha pasado casi desapercibido el incidente de un grupo de jóvenes que se subió a la montaña en Asturias, en plena nevada, sin equipo ni ropa de abrigo («en camisa y playeros», reconocieron), y cuando se quedaron atrapados llamaron al 112 para que fueran a rescatarlos. Memorable es el diálogo que mantiene uno de ellos con el telefonista del servicio de emergencias, que le pone en su sitio («ustedes sabían a lo que se exponían cuando subieron»), ante lo cual recibe la ya clásica amenaza: «yo te digo que esto voy a llevarlo a los tribunales, lo que estáis haciendo». Es decir, uno decide libremente subirse al Angliru, un puerto de montaña de difícil acceso cuando nieva, y lo hace sin el equipamiento adecuado, porque así es más divertido, seguramente con el propósito de hacerse un selfie al llegar arriba (mira qué chulos que somos que estamos aquí como si fuera la playa en pleno mes de agosto), pero eso sí, si hay problemas entonces que venga papá Estado a sacarnos. Y si no lo hace que se preparen los políticos, el 112, el funcionario que les atendió, la Guardia Civil, el ministro del Interior, el de Fomento y el presidente del Gobierno si se tercia. Dicho de otra forma: con el dinero público -que no crece espontáneamente entre los árboles sino que sale de los impuestos de los ciudadanos- hay que pagar el capricho de unos zoquetes que se creen con derecho a todo y sin obligaciones de nada.

El caso de la A-6 es diferente pero también contiene algunos elementos muy característicos del tiempo en el que vivimos. Nos pasamos la vida conectados al móvil, mirándolo sin parar, incluso andando por la calle pendientes de la pantallita del teléfono. Nos creemos los seres más informados del planeta porque a través de diversos canales accedemos a todo tipo de datos y supuestas noticias. Pero cuando de verdad debemos hacerlo, sencillamente ignoramos las más elementales advertencias de procurar no circular cuando hay riesgo de una fuerte nevada. Añádase a todo ello que la hiperactividad informativa y la sobreprotección, el exceso de consejos y recomendaciones por parte de las administraciones públicas (en verano por ejemplo, cuando hace mucho calor, «no camine a las horas de más sol, hágalo por la sombra, hidrátese») acaba provocando que la gente ya no haga caso de nada. Lo mucho es enemigo de lo bueno. Y al final, por supuesto, más de lo mismo, que venga papá Estado a sacarnos, a quitar la nieve. Los psicólogos advierten de los riesgos de prolongar la adolescencia, los chicos jóvenes que se siguen comportando como niños caprichosos y consentidos. El peligro se cierne ya sobre toda una sociedad que siempre tiende a buscar culpables ajenos en lugar de reconocer sus propias responsabilidades.

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