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Murcia ha desempeñado tradicionalmente un papel secundario dentro de España, alejada de los grandes centros de poder y -afortunadamente- sin reivindicaciones identitarias. Su constitución como comunidad autónoma llegó acompañada de cierta polémica acerca de qué provincias debían integrarla. El antiguo Reino de Murcia se extendía también sobre gran parte de Albacete, algunos municipios de Alicante e incluso una pequeña franja de Jaén. Tras la división provincial de 1833 y pese a que las regiones no existían como entidades territoriales con competencias propias y órgano legislativo (apenas se empleaba esta división para tribunales, Ejército y universidades), Murcia estuvo unida a Albacete, si bien algunas empresas preferían integrarla bajo la antihistórica denominación de 'Levante', junto con Valencia, Castellón y Alicante. La Transición y la Constitución del 78 resolvieron finalmente que Murcia pasase a ser una comunidad autónoma uniprovincial, mientras que Albacete se integró en Castilla-La Mancha junto con Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara. Misterios de un mapa autonómico que troceó Castilla la Vieja y otorgó a Madrid una comunidad propia que, a su vez, se le negaba al Reino de León.

Ni por población ni por extensión ni por PIB ha tenido la Comunidad de Murcia un protagonismo destacado en actualidad española. Una sana combinación de crecimiento económico, modernización y normalidad democrática ha marcado su guión en las últimas décadas, interrumpido tan sólo por la corrupción, que se ha convertido en un grave problema para la imagen y la reputación de esta región. Nada distinto a lo que ha ocurrido en Valencia, en Madrid, en Andalucía, en Cataluña o en Baleares, territorios todos ellos de gran afluencia turística, proclives a negocios fáciles asociados con la construcción. No es que murcianos, valencianos, andaluces, madrileños, catalanes o baleares sean más corruptos que el resto de españoles, como algún que otro discurso interesado ha tratado de imponer en el pensamiento único.

Para promocionar la región, los dirigentes autonómicos se inventaron hace años una gala televisiva, 'Murcia, qué hermosa eres', casposilla y más propia del tardofranquismo y sus demostraciones sindicales del 1 de mayo en el Bernabéu que de la moderna democracia europea que se exhibió ante el mundo en el ya lejano Barcelona 92. La falta de patrocinadores acabó con el invento. Ahora, el Consell izquierdista-nacionalista del Botànic se alía con Murcia en un 'frente' de financiación que trata de disimular la soledad de la Comunitat en esta reivindicación, una vez descolgados del tren catalán que maneja Puigdemont. Aún me veo a Puig cantando aquello de 'Murcia, qué hermosa eres'.

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