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Hasta hace unas semanas contar con un máster en el currículum era un plus para cualquiera. Simbolizaba un refuerzo en la educación adquirida y la exigencia de estar más preparado de cara al futuro laboral. A los másteres (no los másters ni los masters, según Fundeu), posgrados y cursos similares fueron condenados cientos de jóvenes -todos los sabemos- con la crisis, la falta de oportunidades y la precariedad laboral. No hay mal que por bien no venga, pensamos entonces. Hubo muchos que se aprovecharon de la situación, siempre pasa, y comenzaron a establecer precios abusivos para este tipo de estudios y a sacarse títulos de la nada.

De aquellos másteres, estos lodos. La situación ha cambiado bastante. Casi de la noche a la mañana. Lo que pudo ser una anécdota ha tomado una relevancia inusitada. Las consecuencias van más allá de una dimisión y se dejarán ver con el tiempo. O ya se están viendo, mejor dicho, pero traerán más cola. Porque ahora contar un máster en el currículum provoca dudas. El que lo tiene es sospechoso. Imagínese usted qué pasará cuando alguien -un cualquiera- vaya ahora a buscar un trabajo y diga que posee un máster por la Universidad Rey Juan Carlos. Será imposible que quien lo lea no desconfíe.

Lo de Cifuentes va más allá de una crisis política, lo que está en juego es una crisis de una institución como es la universidad, que no debería nunca ser utilizada, ultrajada y manipulada. En este caso ha sido arrasada porque la presidenta de Madrid está dispuesta a que caiga quien sea y lo que sea, antes que ella. Lo de la responsabilidad política quedó anclado en otra época, que algunos ni recordamos. Aquella ministra alemana de Educación que dimitió por el presunto plagio de una tesis parece sacada de un chiste. «El cargo no puede sufrir daños», dijo allí la afectada cuando renunció a su cargo. ¿Dimiqué?, dicen aquí. Hablamos idiomas diferentes, ya se sabe

A medida que pasa el tiempo el daño es mayor. Y la irresponsabilidad también. No hay un día en que no salga un profesor denunciando presiones o firmas que no reconocen. ¿Quién puede confiar la educación de nadie a los que están involucrados -directa o indirectamente- en esto? Suma y sigue. Los que aparecen para arreglar el desaguisado todavía lo desarreglan más. Cuenta Casado que a él le convalidaron 18 de 22 asignaturas en su máster y que ni siquiera tenía que acudir al aula. Un chollo. No es de extrañar que digan que antes solo estudiaban los ricos, pero que desde que regalan los títulos, solo estudian los pobres. Ese runrún se queda como la canción que tarareas sin querer porque la has escuchado a través del hilo musical de un centro comercial. No te gusta, pero ha quedado registrada y no sale. Lo quieras o no. El single de Cifuentes ha alcanzado el disco de oro. Pero ella sigue empeñada en que la cosa no canta.

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