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La relatividad municipal

ARSÉNICO POR DIVERSIÓN ·

No es que esté sucio, dice el alcalde, sino que estás viendo la guarrería que hay en Valencia antes de que limpien

María José Pou

Valencia

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Miércoles, 21 de marzo 2018, 10:52

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El desembarco de los bárbaros en las fiestas populares es un mal extendido en toda España y deja en desfile de majorettes el paso por Europa de Atila y sus dulces angelitos. Por eso, resulta difícil esperar que las Fallas se libren del vandalismo que sufren hasta las mejores familias. Sin embargo, oh, regalo inmerecido de los dioses, el ayuntamiento de Valencia ha logrado ser el David Copperfield del incivismo: nada por aquí, nada por allá, hago ¡chas! y desaparecen los vándalos. Al menos, a juzgar por su resumen de las últimas Fallas. Será -triste sino el mío- que los dos o tres meones quemapapeleras que han venido por aquí se han entretenido dando vueltas a la manzana de mi casa para hacerme creer que eran muchos. Un encantamiento quijotesco urdido para confundirme, sin duda alguna.

Sin embargo, hay detalles que me hacen sospechar del cura y el barbero, o sea, del alcalde y la concejala. Me lo decían el otro día unos amigos cuyo hijo se había acercado a Valencia para conocer la fiesta Patrimonio de la Humanidad. A preguntas de sus padres, el chico resumió las Fallas con una frase: «Bah, es como los sanfermines». Teniendo en cuenta que, aunque hay mucho cabestro suelto por estas fechas en la ciudad, no tenemos por costumbre soltar a las reses por la calle Colón, algo me dice que el parecido con la fiesta pamplonica no puede ser otro que el de la barra libre y la ruleta rusa del coma etílico. Todo un honor. Sin embargo los munícipes, encabezados por el alcalde Ribó, no saben cómo abordarlo y, ante la constatación de que es más complicado y menos rentable que ser el Willy Wonka del carril-bici, se quedan con que el fútbol y las Fallas son así. Dice Ribó que «la cultura del alcohol es muy amplia en esta ciudad» y de pronto, en mi cabeza, suena la balalaica y me trae a la memoria el dulce sabor del vodka. ¿Valencia hermanada con Moscú? No me suena. Ay, cuánta perfidia en esta columna.

No es incapacidad, no, es que las calles, como dijo el poeta, no pertenecen a nadie, salvo al viento. ¿Cómo va a poner el ayuntamiento límites a nuestra cultura, puertas al campo y coto a los desmanes? ¿A qué saben las nubes, Ribó? Ciertamente en la base del incivismo hay un problema de educación pero en la superficie hay un incumplimiento de normas que compete al ayuntamiento perseguir. Ahora bien, eso no es nada comparado con su teoría de la relatividad fallera: no es que esté sucio, dice el alcalde. Es que lo estás viendo antes de que limpien. Cosas del efecto espacio-tiempo. Si te vas y vuelves cuando ya han barrido, todo está limpio. ¡Acabáramos! La guarrería de Valencia en estos días era relativa. Solo dependía de la velocidad del observador. Ni Einstein en trance ketamínico. Lo de salir a la calle con toallitas de limón en la nariz para combatir el mal olor era puro esnobismo. Ganas de presumir de pituitaria de porcelana. O de empeñarse en salir antes del 20. Vaya capricho.

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