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Al señor Y le escandalizó mucho todo el lío que se montó en torno al máster de Cifuentes. No entendía que un título universitario pudiese empañar la, a su juicio, fantástica trayectoria política que había desarrollado la expresidenta de Madrid. Qué vergüenza, es un asunto menor, no habría que darle mayor trascendencia. Que pida disculpas si acaso, pero de ahí a dimitir... Eran latiguillos que el señor Y repetía una y otra vez cuando la cuestión salía a relucir en cualquier corrillo. El señor Z, sin embargo, se mostraba más beligerante con el tema. Qué escándalo, bramaba. Y se armaba de razón cada vez que argumentaba que debía dejar su sillón, no tanto por el hecho en sí, sino por la falta de confianza que generaba alguien capaz de mentir con su curriculum y de enturbiar la imagen de la universidad para salvar su cargo. La dirigente del Partido Popular finalmente abandonó su puesto, algo que soliviantó al señor Y y satisfizo al señor Z.

Este último hace unos días amaneció disgustado cuando los medios de comunicación desvelaban una serie de irregularidades en el máster cursado por Carmen Montón. No se puede comparar, afirmaba el susodicho, contrariado porque un detalle del pasado, que nada tenía que ver con su gestión en el Ministerio de Sanidad, pudiese acabar con su carrera. Es un asunto menor, no habría que darle mayor trascendencia..., exclamaba. Tenía enfrente al señor Y, que consideraba una desvergüenza el caso de la ministra y veía insostenible que pudiera mantenerse en el Gobierno. ¿Pero usted no era el que no encontraba problema en que Cifuentes continuase gobernando aunque la sombra de la duda se cerniese sobre ella?, le espetaban. Y él explicaba que eran panoramas absolutamente diferentes. Y lo decía convencido e incluso trataba de exponerlo con ejemplos, que se caían por su propio peso.

El señor Y despertó esta semana un día y escuchó que se había destapado un nuevo escándalo en relación con el comisario Villarejo. Otra vez el pelma este dando guerra, rumió. Llegó hasta sus oídos que se había filtrado una conversación en la que participaba el policía y en la que se escuchaba a un representante político referirse a Grande Marlaska como maricón y nenaza. No le quedó claro al señor Y quién había hecho ese comentario fuera de lugar y retrógrado y por ello no quiso pronunciarse. Hasta que se enteró de que la que había hablado en esos términos era la ministra de Justicia. Y entonces se llevó las manos a la cabeza y se destapó como el mayor crítico con cualquier gesto homófobo. El señor Z, que normalmente censuraba los desprecios a la orientación sexual de cada uno, prefirió callarse y apeló al contexto, a la intención, y a vete tú saber qué más...

Hemos dejado de opinar en función del qué, para hacerlo según el quién. Los casos del señor Y y del señor Z no son excepciones.

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