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Le escuché decir esta semana a Mónica Oltra que si Inés Arrimadas fuera hombre, ya le estaría disputando el liderazgo a Albert Rivera. A uno le da por pensar que lo que en realidad quiso decir es que si ella fuera la líder de Cs en Cataluña, Rivera iría por el aire con cierta celeridad -no sé si Gloria Marcos o Enric Morera me darían la razón, porque los antecedentes son los que son-. Tiendo a retratar a la vicepresidenta del Consell como a uno de esos responsables políticos que gustan de aparecer en público con el guante de seda, aunque en realidad sean de utilizar con frecuencia el puño de hierro. Oltra es mujer, tiene relato -el martes apeló al «patriotismo de la gente y no de los símbolos» y defendió una sociedad que «no deja a nadie abandonado» frente al egoismo de los poderosos- y mantiene buena parte del cariño que se granjeó entre muchos medios de comunicación en la etapa en la que el PP ya corría como pollo sin cabeza (en algún caso, la fe ciega también tiene que ver con la espera de alguna recompensa). Pero camino de los tres años en el cargo, muchas de las realidades que ella pensaba resolver poco menos que con su aparición en la Generalitat siguen pendientes. De hecho, ese es el motivo por el que su relato suena más a recién llegada al cargo que a quien ya suma casi una legislatura completa de gestión. Admito que al inicio de la legislatura fui de los que pensó que Ximo Puig sería el siguiente en esa lista de líderes que terminan apartándose, visto el tirón de la líder de Compromís. Lo dio por hecho hasta el propio jefe del Consell. El paso de los meses no sólo ha demostrado lo fracasado de la predicción, sino que permite asomar ahora una estrategia meridianamente clara por parte de la vicepresidenta: en 2019 hay que sumar más que el PSPV para presidir la Generalitat. Como sea. La heterogeneidad de Compromís complica mucho las posibilidades de que esa coalición gane espacio en posiciones de izquierda más moderada -el PSPV se ha hecho fuerte en ese espacio y la marca PSOE parece volver a sumar-, de manera que el crecimiento le obliga a mirar a Podemos. El desgaste generado por algunos problemas de gestión han derivado en cierta pérdida de glamour por parte de la vicepresidenta, a la que algunos le recuerdan que pasó de vestir camisetas a ese vestido azul noche, palabra de honor, con el que se le vio no hace mucho en la ópera. Cataluña tampoco ha facilitado las cosas a una coalición que empezó como abanderada del 'procés' y que después ha terminado poniendo distancia. Y el matrimonio con los de Iglesias podría ser una solución, salvo por el riesgo de que los morados terminen siendo más una rémora que un sumando -como le ocurrió a IU-. Si yo fuera Oltra, tampoco tendría demasiado claro qué hacer. Ni cómo hacerlo.

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