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La 'rentrée' de Puigdemont

antonio papell

Martes, 31 de julio 2018, 09:47

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Puigdemont ha regresado a Waterloo y ha recuperado su tono desenfadado y chulesco al asumir de nuevo el liderazgo de manera explícita, en presencia del rendido y anonadado Torra, humillado a sus pies. Y tras alardear de sus grandiosos éxitos internacionales y de hacer los ya consabidos pronósticos sobre el éxito de su causa, ha advertido severamente a Sánchez: «El periodo de gracia se acaba». [...] «Lo normal es que el partido que ha recibido un apoyo se esfuerce un poco», ha añadido el prófugo, que ha recordado que no dieron «un cheque en blanco».

El chantaje está, en fin, dispuesto: según parece, Puigdemont plantea (aun sin creérselo) que sus votos, que sirvieron para que prosperara la moción de censura contra Rajoy, han de abrir de par en par la vía unilateral hacia la independencia. Es obvio que las cosas no serán de este modo, porque ni este gobierno ni ningún otro reconocerá al soberanismo catalán el derecho de autodeterminación, y eso lo sabe perfectamente Puigdemont, por lo que el dilema es más bien el siguiente: ¿aprovechará el soberanismo la ocasión para desarrollar una negociación, dentro del marco constitucional, en condiciones de buena voluntad por parte del Estado, o llevará hasta el extremo la vía del chantaje, presionando en favor del imposible referéndum pactado, hasta que vuele por los aires la relación?

En realidad, Puigdemont ya sabe cuál es la oferta de Sánchez: una reforma del Estatuto, probablemente vinculada a una reforma constitucional limitada, que permita recuperar el Estatuto de 2006, mutilado por la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010. Los catalanes irían a las urnas a ratificar el nuevo statu quo y, si hubiera reforma constitucional y lo reclamara la décima parte de los diputados o senadores, la totalidad de los españoles también.

De parte catalana, la posición de Puigdemont es beligerante: ha provocado la fractura interna del PDeCAT para librarse del freno de los pragmáticos y recuperar plenamente la vía unilateral, y ha creado un 'movimiento nacional' propio -la Crida Nacional Republicana-.

Pese a ello, el soberanismo de Puigdemont acabará siendo con toda probabilidad modulado por ERC, que ya tiene clara mayoría sobre el PDeCAT en las encuestas, e incluso por una parte disidente de la antigua clientela de CDC. Si así ocurriera, podría pensarse que será posible explorar una solución política al conflicto catalán si el independentismo arría velas y se pliega al posibilismo. La duda es si Puigdemont, que tiene un futuro personal incluso más oscuro que el de los líderes encarcelados (al ser prófugo y no ser juzgado, no podría beneficiarse de hipotéticos indultos) tendrá la grandeza de espíritu para entender que su objetivo máximo es inalcanzable, que habrá de conformase con objetivos más modestos y que el forcejeo estéril está provocando graves daños a la sociedad catalana.

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