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Tal vez tengan razón y no hemos votado bien, pero si no lo hemos hecho seguramente sea por falta de opciones adecuadas. Lo de volver a las urnas por cuarta vez en cuatro años da cuenta de la clase de políticos que están al frente de las principales fuerzas políticas. Da mala cuenta, por descontado. Después de haber contribuido a aumentar la crispación en este país, a la polarización de opiniones ante cualquier tema y al enfrentamiento continuo sin importar la excusa han demostrado también una incapacidad absoluta para alcanzar acuerdos. Ellos, que deberían servir de ejemplo para el resto de ciudadanos, ofrecen una pauta de comportamiento que nadie desearía imitar. La obsesión por ocupar o acaparar sillones, la ceguera a la hora de interpretar resultados, y la cerrazón alimentada por un ego desmedido han dado al traste con las posibles negociaciones a las que hemos asistido. Porque esa es otra, hemos sido testigos obligados de todos los dimes y diretes, de los lamentos de unos y los órdagos de otros. El exhibicionismo en ambos lados ha dejado al descubierto conversaciones, ofrecimientos y traiciones. No nos hemos perdido ni una. No nos han dejado perder ni una.

Llegados a este punto cabe plantearse si no sería lógico que a las nuevas elecciones concurrieran unos candidatos diferentes a los de las pasadas, puesto que ninguno de los que se presentaron a las anteriores ha estado a la altura de lo que se esperaba de ellos, de los que han de gobernar nuestras instituciones. Cómo podemos fiar nuestro dinero, nuestros derechos, nuestro futuro a quienes solo miran por ellos mismos. No nos engañemos, porque eso es lo que ha ocurrido. Si existiesen leyes que impidiesen a un político salir de rositas de un galimatías así apuesto a que el panorama en que nos encontraríamos ahora mismo se dibujaría diferente. Sus esfuerzos y empeños habrían ido en otra dirección y seguramente el Gobierno, mejor o peor, estaría formado. Pero como salen impunes, como no han dejado de cobrar ni un solo día pese a no estar desempeñando las funciones para las que fueron contratados, como nada les incapacita para continuar al frente de sus respectivos partidos sus miras y objetivos están colocados en otros lugares.

Si algo sale perdiendo tras este proceso es la propia política, la desafección ciudadana ha aumentado enormemente y eso es una mala noticia, porque no se trata de un asunto del que podamos ni debamos apearnos. Nos afecta demasiado. Pese al hartazgo generado, pese al tedio que nos invade, pese a la rabia e impotencia acumulada sigue siendo importante que defendamos nuestras ideas, que nos involucremos en las actividades públicas, que permanezcamos atentos ante los que vayan a caer en desmanes. Debemos defendernos de nuestros políticos. Es necesario establecer mecanismos para poder apartarlos cuando no sirvan. En esto, independientemente de a quién vote cada cual, tendríamos que estar todos de acuerdo. A ver si al final va a servir para algo.

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