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Urgente Aena anuncia la ampliación de los aeropuertos de Valencia y Alicante

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Como venimos de dónde venimos cualquier nuevo proyecto con perfil faraónico nos escama de inmediato. En nuestra ciudad, no hace tantos años, sucedían cosas, aunque no todas buenas porque la mala gestión y las presuntas mangarrufadas enlodaron las virtudes. Pero si ahora resulta normal la presencia, todavía soportable, de turistas, esto se debe a los tiempos durante los cuales Valencia acogía a un Papa, a la F1 o a la Copa América, con visita de Demi Moore incluida allá en la cuchipanda organizada en el Mercado Central.

También se perpetraron aberraciones estéticas de inutilidad rotunda, como ese mirador ciego plantificado en la salida hacia Barcelona. Qué fistro. En el campo del dadaísmo mi proyecto favorito, truncado afortunadamente, fue el de ese teleférico que recorrería por los aires el espinazo verde del jardín del Turia. Tremendo. Demoledor. Me imagino al tipo que parió la idea hablando con su socio: «Hey, tío, vamos a Valencia que lo compran todo y les encalomamos un teleférico, ya verás...». Se habla ahora de de una noria gigante, transparente, ecológica, que hundiría sus futuristas raíces en La Marina. No sé yo. Habría que estudiar con calma sus posibilidades de reclamo, su impacto sobre el entorno, si nos sale gratis total, si encima nos cederán comisión o qué. Acostumbrados a los bandazos propios de tierras meridionales, ni antes convenía cabalgar sobre aventuras tan caras como inverosímiles ni hoy rechazar de plano cualquier idea dispuesta a conseguir lustre y retorno económico. Conocí aquellas norias descascarilladas de las ferias de pueblo y muy emocionante no encontré la actividad voladora. Pero placeres personales al margen, si la ciudad se beneficia con esa noria, pues adelante. Eso sí, espero que con la noria y su uso en bucle no se nos ponga cara de hámster a los nativos.

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