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EL NOMBRE DE LA COSA

Lo que sucedió el pasado domingo en Cataluña no merita otro nombre que el de 'golpe de Estado'. Ahora solo resta obrar en consecuencia

CARLOS FLORES JUBERÍAS

Miércoles, 4 de octubre 2017, 10:16

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Si lo que sucedió el pasado domingo en Cataluña hubiera sido un referéndum, todos nos hubiéramos pasado las horas inmediatamente siguientes al cierre de los colegios literalmente pegados a la pantalla del televisor, atentos al lento goteo de datos y esperando impacientes el momento en el que el escrutinio estuviera lo suficientemente avanzado como para poder lanzar un pronóstico fiable con el que acostarnos tranquilos.

Si lo que sucedió el pasado domingo en Cataluña hubiera sido un referéndum, todos los medios de comunicación habrían dedicado sus titulares del lunes a anunciar su resultado, rotundo o apretado, y sus páginas interiores a comentar despreocupadamente toda esa serie de anécdotas triviales -las monjitas que acuden con el hábito puesto, el anciano que aun pregunta dónde se puede votar por Fraga...- que siempre jalonan estas consultas.

Si lo que sucedió el pasado domingo en Cataluña hubiera sido un referéndum, los analistas serios se hallarían desmenuzando sus resultados a fin de explicar por qué en tal comarca el voto por la independencia había ganado adeptos mientras que en la vecina había quedado estancado, o por qué la participación había descendido en unos puntos y aumentado en otros.

Si lo que sucedió el pasado domingo en Cataluña hubiera sido un referéndum, los letrados de los partidos andarían ahora mismo ultimando sus recursos para arañar unos pocos votos más aquí o allá, y los tribunales aprestándose a resolverlos de manera clara y rápida.

Pero ninguna de esas cosas ha sucedido, de modo que uno tiene fundados motivos para sospechar que lo que vimos el pasado domingo en Cataluña no fue un referéndum. Hipótesis que abonan igualmente el hecho de que no hubiera censo ni Junta Electoral, que no se garantizara el secreto del voto de los electores ni la independencia de los responsables de las mesas, que no hubiera observadores internacionales dignos de ese nombre ni garantías jurisdiccionales internas, que se cambiaran las reglas del proceso una hora antes de su inicio, o que tres días después de su conclusión sigamos sin saber quién, cuando, cómo y donde se realizó el escrutinio.

Así que toca buscarle otro nombre a la cosa, que se adecúe mejor a su verdadera naturaleza. Siendo muy, muy generosos se me ocurre que podría cuadrarle lo de 'movilización ciudadana' o 'acto participativo', términos ambos muy del gusto de podemitas y comunes. Siendo algo más crítico, lo tacharía de 'acto de propaganda', o simple 'performance' para el consumo de masas.

Pero -¡ay!- uno es hombre de leyes desde que se levanta hasta que se acuesta, y eso exige buscar para cada cosa su calificación más rigurosa. Y esta no es otra que la de 'golpe de Estado'. Contra España, contra la Constitución y contra la democracia. Y si me apuran, contra la propia Cataluña. Dicho queda. Ahora sólo resta obrar en consecuencia.

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