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Mirar a Canadá

JOSÉ M. DE AREILZA

Domingo, 24 de junio 2018, 11:09

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Una decena de dirigentes europeos celebran hoy en Bruselas una cumbre de emergencia para atajar la crisis migratoria europea. La realidad es que este año están llegando al continente menos refugiados y emigrantes que en los anteriores, pero la percepción de los votantes en muchos países es de gran alarma. En Baviera los socios de Angela Merkel han dicho basta y quieren medidas tajantes, con la amenaza de dejar caer el gobierno si no lo consiguen. En Italia los populistas xenófobos se diría que disfrutan insultando y estigmatizando a las víctimas del tráfico de seres humanos en el Mediterráneo. Varios países de Europa Central se han desentendido por completo de las reglas a favor de la libre circulación de personas en la Unión Europea. España por ahora se ve favorecida por haber hecho una buena política con los países vecinos del Sur para frenar la llegada de pateras. Cada vez es más patente que las migraciones de cientos de millones de personas al año es un elemento básico de la globalización.

A falta de un sistema internacional para gestionarlas, la Unión Europea debe avanzar para actuar como un actor único en al menos cinco áreas: la selección de trabajadores de terceros países, la atención a los refugiados políticos, el control de fronteras, la integración social de los recién llegados y la cooperación al desarrollo en su vecindad. Si desde las instituciones de Bruselas no se logran estos pactos necesarios para aportar seguridad y prosperidad con una inmigración ordenada, todo el proyecto europeo de civilización compartida sufrirá. Una fuente de inspiración posible para la UE es el modelo canadiense de inmigración, hoy un país con un 22% de ciudadanos nacidos fuera de sus fronteras y una convivencia democrática admirable. Es cierto que este territorio norteamericano está rodeado de dos océanos infranqueables. Pero ha evolucionado desde una visión muy restrictiva, incluso racista, a una apertura inteligente y controlada, para conformar una sociedad muy diversa que comparte una identidad nacional. Había una razón económica, la necesidad de mano de obra cualificada para poblar un territorio gigante, pero también se evolucionó hacia una comprensión novedosa de la diversidad cultural.

Canadá inventó así el sistema de selección de inmigrantes por puntos, basado en las cualidades personales de los candidatos (edad, experiencia laboral) y no en la raza o el origen geográfico. La entrada de inmigrantes empieza con una búsqueda activa de perfiles demandados en la economía canadiense y está fuertemente controlada en las fronteras. La integración social es una política muy desarrollada, basada en un concepto de ciudadanía accesible, a partir de valores constitucionales claros. El pensador liberal canadiense, Michael Ignatieff, de visita hace unos meses en España, subrayaba la importancia de los consensos para su país, precisamente por la conciencia de la fragilidad de una unión entre personas diversas que comparten ciudadanía y fabrican entre todas una identidad común.

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