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Miedo a vivir

Es paradójico el abismo que separa nuestra habilidad para avanzar en el conocimiento más arcano de la capacidad de regularnos como seres sociales

VICENTE GARRIDO

Viernes, 12 de abril 2019, 19:06

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Uno lee las entrevistas al eminente biólogo molecular Carlos López Otín y no da crédito. Este maestro de investigadores y figura mundial ha estado pensando en suicidarse como consecuencia del acoso a que ha sido sometido por una o varias almas enfermas que se dedicaron a detectar pequeños errores estadísticos en sus estudios, que en nada refutaban los resultados de los experimentos. En cuestión de poco tiempo tuvo que sacrificar a los 6.000 ratones modificados genéticamente de su laboratorio y renunciar a proyectos debido a la inaudita campaña insidiosa promovida en su contra.

Como parte de su terapia ha escrito un libro donde indaga sobre el ser humano y lo que implica la felicidad. He de leerlo -acaba de salir-, pero en la entrevista dice una verdad básica: hay gente que tiene como propósito en la vida hacer el mal, porque el ser humano no nace programado para la bondad, sino para construirse a lo largo de la existencia como un ser moral; el calado y contenido de esa moralidad (positiva o negativa) es otra cuestión. Dice otra cosa de sumo interés: lo contrario de la felicidad no es la enfermedad o el dolor -como afirmaba Schopenhauer y que, sin duda, la coartan gravemente- sino el miedo.

Vivir con miedo es renunciar a expresarnos con todas nuestras posibilidades, es ceder ante alguien que nos extorsiona y amenaza con tener el control de nuestra vida, es creer que no somos capaces de encontrar un sentido a nuestros días. El miedo, producto de muchas causas, está detrás de muchas enfermedades y situaciones de desesperación. López Otín reflexiona sobre el camino que toma la humanidad y se pregunta si no estamos cometiendo un error profundo al elegir como homo sapiens del futuro a una especie de 'homo-robótico', 'homo 2.0', cuando lo que es más necesario es promover un 'homo-sentiens', alguien capaz de generar un código ético y unas relaciones humanas que logre conciliar la imperfecta naturaleza que poseemos con el producto de la extraordinaria complejidad cultural y tecnológica que hemos sido capaces de desarrollar en apenas 5.000 años.

Ayer hemos visto por vez primera una imagen fotográfica de un agujero negro. Es paradójico el abismo que separa nuestra habilidad para avanzar en el conocimiento más arcano de la capacidad de regularnos como seres sociales. Y yo me pregunto si no será porque hemos puesto más empeño en lo primero que en lo segundo, por el miedo a afrontar los graves problemas de una humanidad que tiene que coexistir compitiendo. No basta con la lección del pasado que nos enseña que cuando hemos cooperado se han conseguido grandes cosas. El miedo a perder, a ser ofendido o herido proviene de la tribu. Fotografiar las claves de este agujero negro de nuestra existencia nos llevará más tiempo. Sin embargo, como López Otín, creo que no habrá más remedio que ocuparse de ello, un día u otro.

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